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LA VOZ DEL ÁNGEL

A don Bruno Rosario Candelier

Entonces habló el ángel
(y miré
y me vi
y me vi hombre
y sentí lástima de mí):
 
    «Dios es uno,
    Dios es múltiple;
    Dios es el Uno Múltiple;
    Él comprende y envuelve
    cada expansión».
 
E inquirí,
y se me dijo: «Aguarda;
aromatiza el incienso; adhiere la pez rubia».
 
 
Entonces habló el ángel
(y miré
y me vi
y me vi hombre
y sentí vergüenza de mí mismo
e intenté taparme
con mi capa):
 
    «El Uno es la dualidad
    espaciotemporal,
    el haz y el envés
—concreción y abstracción—,
    y las tres dimensiones presenciales,
    y la cuarta dimensión y el resto
    de las dimensiones».
 
(Y elevé hasta Dios mi súplica como quien sopla el pífano,
como quien tensa un arco para impulsar la flecha.)
 
 
Entonces habló el ángel
(y miré
y me vi
y me vi hombre
y como un reptil
quise arrastrarme entre las peñas):
 
    «Dios es el círculo sin bordes,
    lo lleno y lo vacío,
    fragmentada entereza de conjunto;
    Él es la curva y la recta,
    el punto y la suma infinita
   de los infinitos puntos...»
 
 
E inquirí nueva vez
y fuéronme mostrados los rostros de la Tierra,
y vi desde un ábside los rostros de la Tierra,
y vi miedo y pavor en los rostros de la Tierra;
y vi las cimas rocosas y el ademán de las cascadas,
los lagos urentes y elusivos,
las masas de agua y las gélidas regiones
y las templadas regiones y las secas regiones
entre pirámides de aristas y repechos
donde el Sol pega como una serpiente
y la serpiente pega como un látigo;
y oí el aullido del lobo de la noche,
mientras bullía el boato especular del día...
 
¡He aquí la Tierra como punto entre infinitos puntos
dispuesta a abrirme sus puntos interiores...
desde el escalón de las islas hasta el tanteo glaciar
y el canto endoselado de las perpetuas nieves...!
 
¡Ay de mí si cayese de tan alto,
ay de mí si una potencia no me sostuviera!
 
Y vi las oleadas humanas posarse en desorden
en el bancal de los evos,
atrayéndose y repeliéndose, atrayéndose y repeliéndose,
atrayéndose y repeliéndose;
y vi las coronas y cetros de los hombres,
sus «honores» y «glorias», «galardones» y «triunfos»:
anillos y guirnaldas
y mitras y mandos y blasones;
y vi la testa erguida y la acuciante doblez,
la voracidad del instinto y el apetito insaciable,
la garra y la iniquidad,
la estulticia y la frivolidad,
la sandez y la vanidad,
y he dicho: «¿Y cuál es ese monstruo que serpentea
y al colear se flagela y se destruye a sí mismo,
ese que mortifica
su sangre a latigazos?»
 
Y vi los astros en rotación,
el balanceo nodal de las esferas,
moviéndome sin peso ni gravedad,
con movimientos rítmicos, veloces o pausados,
o apoyándome en un recodo de la inmensidad abierta,
y dije: «¡Tanta magnificencia y tanta prodigalidad
para tanta ruina moral entre nosotros!
¡Tanta perfección y tanta pulcritud
para que viva yo tan lleno de pecados!
¡Tanta luz y tanta claridad
para que escojamos vivir en las tinieblas!»
 
¡Ah, pobre humanidad de pugilatos y luchas miserables!
 
Y dije: «Mira esta estrella que está aquí
—como roca endulzada—ante mis ojos:
seguramente no sabe que está aquí,
expuesta al chorreo de miríadas de siglos,
fluyendo entre las cosas que no han sido nombradas...»
 
Y he dicho:
«¡Oh, Señor, aléjame de la indolente multitud y de sus vicios,
de sus costumbres bárbaras,
de su insaciable deseo de “honores” y “grandezas”;
aléjame de todo lo horroroso ante tus ojos,
del pecado y de la maldad, de la astucia y del fingimiento,
de la impudicia y de la avaricia...!
¡No sea yo para ti motivo de vergüenza,
inconformidad o enojo...
porque grande es la desgracia de quien te siente Ausente,
privándose de la Absoluta y Eternal Inmanencia!»
 
Entonces me habló el ángel,
y oí,
y sus palabras cerraron el abismo:
 
     «¡Ejercítate en la piedad,
    mírate y mira a los hombres
    con compasión
    porque es irrecusable el dicterio de los símbolos,
    porque la bondad y la maldad son las galgas de medir,
    y porque no hay nada sobre los cielos
    ni bajo el tapiz de los cielos
    que se iguale a la Misericordia!»

Del libro Los cantos sagrados

#LaLeopoldoMinayaDeDelPoemaVozÁngel

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