Loading...

Revelación divina en la lírica de fray Pablo de Jesús (Una lectura del poemario La rosa interior)

Cuando vuela el alma como vuela un ave que en espirales mueve los sucesivos círculos de picos pedregosos, el hombre se hace héroe que acrecienta el vuelo para hacerse místico que entreteje un nimbo para hacerse santo. Así describo el viaje del inquiridor en el poemario de marras; marcha que tiene su ida y su regreso.

   Probablemente encarne La rosa interior, del poeta Fray Pablo de Jesús, el más hermoso poemario que pudiera desprenderse del fogaje místico contemporáneo. El libro—breve, como corresponde a lo sublime—excita en la intimidad los impulsos espirituales que propician la sustanciación de un misterio inabarcable.
  Heredera de la depurada mística sufí, pero abiertos sus pétalos a una espiritualidad ecuménica y transformadora, La rosa interior inquiere y escudriña, examina y rastrea las trazas del arbitrio divino en la enjundia de la Verdad infinita. Conteste con la tradición orientalista, aguarda el retorno del ser a la fuente primigenia, enfatizando deseos de unidad, mismidad, integración y reintegración con el Uno, el Único, el Amado, el Hermoso. Esta aspiración encuentra su equivalencia cristiana en la declaración de aqueste Pablo por antonomasia, expresada en el capítulo segundo, verso 20, de la renombrada Epístola a los gálatas: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne lo vivo en la fe del hijo de Dios, el cual me amó y se entregó por mí».
  El poemario de Fray Pablo de Jesús presupone un constante e intenso ejercicio interior que explora su propio espíritu, el omnisciente aliento del cosmos, el efluvio de la causa primera y el atributo (tanto sígnico como simbólico) del acto de indagar.  El poeta, al tiempo que habla a Dios, lo ausculta. La rosa interior es el ser, la búsqueda espiritual del ser y, al propio tiempo, lo buscado.
  Sirvámonos del poema primero del volumen que comentamos para ilustrar esta identidad sincrónica. Hallamos en él, en el poema, sujeción y gravedad; pero también gorjeo y canto, alborozo y júbilo; regodeo... y deje sapiencial:

1.
Tres somos porque Uno soy: Yo, tú, y el Cosmos
–Rey, reo, y el resto–,
emisión de un solo amor, indiviso, donde
yacen transustanciadas rosa, espina y sangre de la flor.

Poema que marca el repique inicial propagado ecoicamente por el resto de la escritura, porque los poemas que componen La rosa interior no son piezas aisladas; antes bien, pilares de un deliberado diseño en el que puede vislumbrarse una intención paralelística en la que cada poema encuentra su otro correspondiente, como cuando se propone el maestro de obras agregar (ambas) belleza simétrica y balanceo de fuerzas en el apoyo de la estructura.   Citaremos el correspondiente, es decir, el texto congruente, del poema 1, que es el poema 9, del cual extraemos este fragmento:

9.
Te pregunté,
¿Quién eres?
y me contestaste,
«Soy tú».
¿Sería por eso
que entraste en mí
para sufrir en mi cuerpo,
y yo en Ti
para sufrir en el tuyo?
Me llevaste a un alto lugar
(aunque en Ti no haya lugar),
a una montaña
envuelta en blancura
más santa que la nieve.

  Toda velación entraña una revelación. Tal vez sea esta la esperanza de quienes aguardamos el fruto de la expedición espiritual de los citaristas por las oceánicas extensiones del Arcano. Y he aquí la primera revelación: la confirmación de la unicidad en lo múltiple, arquetipo del sustrato paradojal de la esencia divina. Tal como había intuido quien os habla, y tal como lo había propuesto anteriormente en el cenáculo del Interiorismo, Dios se revela Dios en su capacidad de dar cierre a inmanentes premisas contradictorias para que surja el Ser en un punto simultáneo de juntura y propagación que, a la vez que lo sustancia, lo disuelve.

     Hermosos, los versos que forjan La rosa interior. Su basa y ornamentos se entretejen en modular arquitectura. Hay gracia, delicadeza y esbeltez. Sus frases cimbreantes son como piedras vivas. Lo íntimo se revuelve en el prodigio de la palabra, que se desgrana con compleja sencillez. Un espíritu traspasa tal portento, pleno de atávicas invocaciones. Cuando vuela el alma como vuela un ave que en espirales mueve los sucesivos círculos de picos pedregosos, el hombre se hace héroe que acrecienta el vuelo para hacerse místico que entreteje un nimbo para hacerse santo. Así describo el viaje del inquiridor en el poemario de marras; marcha que tiene su ida y su regreso.

  En el poema que veremos a continuación, el ente lirico se sitúa en la soledad acompañada. Habita entre los hombres. El espíritu sediento de bien, de justicia y de verdad... frente a la borrasca de los apetitos y del imperio de la concreción:

Paso por loco entre amigos y familiares.
Hablo contigo sin palabras porque no tienes oídos,
y me contestas sin boca, de ser a ser,
en algo más íntimo que mi propia conciencia.
¿Me amas? ni aun, pues amor
es una palabra y nada más,
y cuando digo que te amo,
no es con algo tan pasajero como sentimientos,
tan sensibles como besos sobre la boca,
a Ti quien ni labios ni alma tienes.
Cuando digo que Te amo ¡vana palabra!
me refiero a lo sin punto de referencia,
me refiero al momento fuera del tiempo,
sin memoria del tiempo,
sin espejo que recuerda lo que ha visto,
sin mirarte ni ser mirado por Ti,
¡oh dolor hermoso que engendra rumores de jazmín!
donde eres sólo yo y yo sólo Tú.
¿Qué es una rosa,
su flor o su fragancia?
En este estado mío se pasa nada,
nada nunca ha pasado salvo yo,
que paso por loco entre amigos y familiares.
Me aman tus fragancias.

En este poema de ida y vuelta entre la humanidad y la divinidad el aeda se aferra a la perennidad de los efluvios etéreos. El poeta: solo, en la humanidad; el poeta: solo, con la divinidad. Refiere, por inferencia, la errada percepción de quienes le rodean (habitación entre los hombres), luego se aviene a la inmanencia de lo eterno (distanciamiento de los hombres). Y para zanjar el dilema materia-espíritu, masa-sutileza, apela a la rosa como símbolo; pregunta, retóricamente: «¿Que es una rosa, su flor o su fragancia?»; la flor: su carne (la carne de la flor), lo sensible; su fragancia: el espíritu, lo sutil, lo –por lo evanescente– inteligible. Decántase por el perfume en la cortante contundencia del verso final: «Me aman tus fragancias». Queda ante nuestros ojos una segunda revelación: la naturaleza de la existencia que verdaderamente merece ser llevada, la elevación de la vida que realmente merece ser vivida: la de la mística contemplación del Orbe en sus floraciones.

  Igualmente, este poema (poema 3) encuentra su correspondiente, que lo confirma. Se atiene a la reiteración de los criterios anteriores, de manera no menos bella, no menos significativa, no menos simbólica:

Manda lluvia a tu viña,
manda lluvia a tu viña,
a cada cepa, a cada racimo,
para que fluyas por cada uva.
Me has quitado mi viña y mi campo,
me has quitado el altar
donde Te ofrecía pan y vino,
me has quitado lo que la gente llama
la tierra de uno, la religión de uno.
La gente de aquí se burla de mí
cuando ven mis harapos,
me culpan, burlándose: Qué mal te trata
el Maestro al que sirves como esclavo.
Les dejo sus tierras y sus mansiones,
les dejo sus banquetes y sus altares,
su aquí abajo, porque de noche,
cuando no ven nada,
me haces entrar en tu cama
para calentar tus pies que me majan,
me exprimes contra tu pecho
como uva de tu viña.
Ahora soy yo que fluyo, rapto, en tu boca
como rosado ebrio de tu amor.

  La biografía del poeta Fray Pablo de Jesús nos habla de que nació en los Estados Unidos, estudió en monasterio canadiense, fundó claustros en Santo Domingo, en Italia, en Virginia; fue monje por al menos veintitrés años, fue obispo y miembro de comunidades religiosas. No obstante, comprendía, como místico, el desborde de la divinidad, y—aparte de la certeza absoluta de lo divino—la absoluta certeza de la no certeza. Difícilmente a un religioso de oficios ordinarios se le permitiría contrariar los dogmas inculcados sin que medie al menos reconvención. El místico comprende, pero halla deber supremo en pronunciar lo que intuye como verdadero, aun de manera no contestataria, dejada pasar como se deja pasar todo aquello transformado en poesía. El texto siguiente es igualmente revelación, pero no pasaremos a explicarla o detallarla de manera minuciosa ante el peso bastante de la evidencia y la inteligencia sustantiva de nuestros lectores, de nuestro auditorio:

Reíd conmigo, amigos,
reíd y llorad loca y borrachamente conmigo,
porque el amante y el Amado
gimen en contagiosa unión.
Esta es la verdadera religión,
siendo las otras la roña
que cubre nuestras heridas de amor.
¿Qué tenemos que ver con viñas
y rosales de hombres avariciosos?
Solamente al lado
de los ríos del corazón
crece la Rosa de la Luz.

Y como si fuese el paralelismo una constante en su oficio de poeta, hallamos el texto correspondiente del anterior:

¿Qué alegría tomas al atormentarme?

En el mercado, el dios que enviaste apareció
y desapareció de repente,
ardiendo en el espacio de mi corazón
la marca de su huella.

Pero este fuego arde para Ti, no
para cualquier imagen, para Ti...

Como las malas hierbas en un jardín,
todos los sustitutos
sofocan tu crecimiento en el Edén
que Tu nuevo Adán plantó
en el cielo cerrado de mi corazón.

¿Me dejarás solo
con la aparición repentina del dios,
o rectificarás las leyes
que gobiernan mi más alta voluntad?

  Tal vez adrede, dos fastuosos poemas han sido colocados al final de La rosa interior. Tienen la particularidad de estar plasmados en ambas lenguas, inglés y español. Como sabemos, Fray Pablo de Jesús dominaba varios idiomas. Tenemos constancia de su dominio del inglés, como lengua madre, el español, el francés y el italiano. Fuera esta, o no fuera, la intención del poeta al estampar estos poemas en ambos idiomas, el acaecimiento y los textos revelan por ellos el relativismo de la apreciación, el percibimiento y el convencimiento entre los seres humanos, alegoría de las disparidades puramente formales en la ponderación de lo divino. Lo ha dicho nuestro rapsoda sin decirlo en la extensión de sus trabajos poéticos, como si parafraseara la convicción de Rumi, el persa, cuando expresara: «No soy cristiano, ni judío, ni parsi, ni musulmán... [...] / No soy del Este, ni del Oeste, ni de la tierra, ni del mar...... [...] / Mi lugar es el sinlugar, mi señal es la sinseñal./ No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado». Así, cada lengua, con sus acentos y su música, con sus inflexiones y significantes nos alumbra el sendero de una realidad más allá de nuestro entendimiento. E igual opera el místico con la Realidad Inconfundible. Tal vez algún día comprenderán los credos su condición de formas particulares no exclusivas con que cada raza, cada tribu, cada civilización, cada cultura... presenta a lo divino sus debidos respetos... y el reconocimiento obsecuente de Su única y perpetua autoridad. Relato y canto son los modos únicos de apercibimiento y de comprensión de la raza humana, en su diseño tan privativo como inmanente; relato y canto resumen y acaso equiparan en el espacio y en el tiempo y en los corazones los fervores y las devociones.

The icon of the mother

The icon of the mother is the mother,
The warmth from the icon is the mother’s warmth;
The warmth in my heart is the mother’s heart,
All things melt in the mother’s virgin fire.

El ícono de la Madre

El ícono de la Madre es la Madre,
La calidez del ícono es la calidez de la Madre;
La calidez en mi corazón es el corazón de la Madre,
Todas las cosas se funden en el fuego virgen de la Madre.

***

Music of the Spheres

Faintly at first, the music of the spheres filled the sky
and the stars fell into the lake.
I could hear the gurgle of the brook
flowing from the lake
and the voice of my blood in my veins.
Stars glowed bright in those veins
with the same harmony.
We are God’s music heard beyond the spheres.

La música de las esferas

Débilmente al principio, la música de las esferas llenó el cielo
y las estrellas cayeron al lago.
Pude escuchar el gorgoteo del arroyo
que fluye desde el lago
y la voz de mi sangre en mis venas.
Las estrellas brillaban intensamente en esas venas
con la misma armonía.
Somos la música de Dios oída más allá de las esferas.

  La sublimidad y la hondura de la verdad revelada en la lírica mística de Fray Pablo de Jesús representan la perla y el lujo de la estética interiorista.

Other works by Leopoldo Minaya...



Top