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Himno pagano

I
 
La muerte de un poeta es un deicidio.
Su palabra es póstuma como su victoria.
Su palabra se instala en la vida
como la niebla, sin previo aviso,
y al sol ofrece su sepulcro,
su dulce sacrificio sin retorno.
El poeta no es un pequeño dios,
no desea ser inmortal ni necesita
otra vez conquistar la muerte.
No es un pequeño dios,
mas el cielo es su altura;
su himno se subleva contra
las injusticias de esta polis.
No es un pequeño dios,
pero sólo le bastan las palabras:
los andamios de las estrellas,
para la creación de otra
eternidad sin arquitectura.
La muerte de un poeta es un deicidio.
Muere sin encontrar la palabra de luz
que designe la región de la memoria.
 
II
 
La poesía es otra memoria
más póstuma que las estrellas,
es un diálogo anterior al polvo.
Es otra luna, otra claridad inmóvil,
otra materia en vela, arpa inmortal
derramando su música en la historia.
La poesía es una hemorragia de luciérnagas
en el costado de la noche, donde los dioses
hunden sus rostros para explorarse.
Es otro lenguaje preservado
como el lenguaje de las rosas
custodiado por las espinas.
La poesía es un tatuaje doloroso
en el hueso de las hormigas.
La poesía hiere porque hiere,
no necesita ser perdonada,
su experiencia nos obsequia espinas
hasta que el dolor sea indiferencia.
La poesía duele porque duele
pero es nuestra última defensa.
La poesía es lo que resta de la muerte,
es muerte escrita en la herida del polvo.

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