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luis barreda

El Eco de Un Mensaje Crucificado

El Eco de Un Mensaje Crucificado
 
 
Bajó de los sueños con voz de ternura,
un canto de trigo en campos de espinas,
habló de la hermandad, de la luz que ilumina,
pero el oro mordió su santa escritura.
 
Su nombre, bandera de guerras oscuras,
lo visten de odio las manos mezquinas;
codicia y avaricia trenzaron doctrinas,
y al pobre lo entierran bajo estructuras.
 
Hoy alzan estatuas con cruces vacías,
mientras en las plazas el hambre camina,
y firman con sangre los tratos de injusticia.
 
Predican la paz, pero el hierro golpea,
el templo del rico al mendigo repele,
y el mar se traga al que huye de su miseria.
 
Él habló de igualdad, de un pan que se comparte,
pero los mercaderes vendieron su arte:
dividen la tierra con muros de alambre,
y al hijo del viento le niegan su nombre.
 
Gobiernos de sombra, púlpitos de infamia,
han usado su amor como arma que daña;
mataron al débil, quemaron la hazaña,
y en sus altares dorados no queda alma.
 
El dinero es dios, y su ley se expande,
mientras el planeta grita su quebranto;
la vida es moneda, el amor es encanto
que venden en versos, pero en hechos no ablandan.
 
¿Dónde está el mensaje que un día brotó
como río en el pecho del que nada tuvo?
Lo ahogaron en dogmas, en fuegos absurdos,
y ahora su esencia la guarda el luto.
 
Caminan los pueblos con grillos de culpa,
marcados por siglos de falsos perdones;
la sangre derramada en mil rincones
clama en silencio, pero nadie escucha.
 
En nombre del cielo, saquean la tierra,
justifican el robo, la muerte, la guerra;
el amor es un verso que olvidan las piedras.
 
Mas aún en las grietas, su voz se replanta:
un niño que ofrece su pan sin preguntas,
la madre que abraza al hijo del otro,
el joven que siembra donde hubo despojos.
 
La verdad no muere si hay pechos que ardan,
si el trigo resiste al vendaval del miedo;
aunque el mundo gire en odio y enredo,
alguien desata las redes del engaño.
 
No es Roma, ni látigos, ni centuriones,
pero el mismo imperio hoy viste traje moderno:
su cruz es el algoritmo, el poder, el invierno
que congela el grito de las sinrazones.
 
Que vuelva el amor que no ata, que libera,
el que no se vende, ni firma cadenas,
el que en cada herida teje esperanza abierta.
 
Él sigue naciendo en los establos nuevos,
donde los olvidados rompen los destinos,
y al fin, en su entrega, desactivan el truco:
solo el que no tiene puede dar todo el trigo.
 
—Luis Barreda/LAB

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