Por un instante,
en la fría noche bajo un paraguas
me permitiste atravesar el puente
tu puente.
Tomado de tu cálida mano,
nos permitimos ser.
En mi mano, tú
toda tú
tu ser
tu sentir
tu sonrisa
tu mirar
Y la cómplice llovizna nos juntaba,
en cada paso.
Lanzo entonces un ruego al Señor del tiempo
para prolongar este instante,
el de tu presencia
de tu tibieza
de tu palpitar en mi mano
Pero el Señor del tiempo, que es cruel,
paso a paso, nos puso al otro lado del puente;
y aún así, tuvo compasión de mí
a cambio,
más tarde,
esa misma noche,
me permitió soñar
tu boca en mi boca