Esa noche lloré.
No quería terminar con ella.
No quería que fuéramos efímeros.
Me había costado tanto conocerla
como para que tuviera que terminar así:
siendo simples recuerdos de un triste final
que no pudo funcionar y solo se quedó
en intento de ser eterno.
Me dolía, y aunque lo negara,
tenía que aceptarlo.
Lo nuestro no era ficticio,
no era como en los libros,
estábamos en la realidad,
y por eso terminamos.