Cargando...

Russell

—¿Te acordás de?...—Miró un rato la taza y le dio un sorbo al café.
—¿De quién?
—Ese que era doctor, que siempre nos invitaba a su finca los fines de semana cuando hacía asados.
—¿Un doctor?—Le dio un mordisco a su medialuna.
—Sí, era doctor. Ganaba re bien. ¿No te acordás que tenía un mercedes dos veinte y siempre nos sacaba a dar una vuelta?
—No me acuerdo, habrá sido amigo tuyo nomás.
—¡Noo! Si creo que hasta le hicimos el aguante cuando se fue al muere con la colorada trucha esa.
—¿Qué colorada?
—Su primera mujer, ¿no te acordás que lo jodíamos con que su mujer era el único fósforo que seguía teniendo la cabeza roja después de estar tan usada?
—No tengo idea. Quizás de cara lo ubico, ¿cómo era físicamente?
—Un negro alto –tomó otro sorbo de café–, re alto, medía casi dos metros; tenía el pelo así como todo pajoso y era bien ruludo, por eso se lo cortaba bien cortito. Cuando lo conocimos tenía ese afro que parecía caniche matado a escobazos.
—Ja, ja. Ni idea de quién me hablás... –Se dio vuelta para mirar el culo de la camarera– Pero parece buen tipo.
—¡Sí! Era un amigo de fierro el negro... Muy humilde.
—¿Pero no dijiste que tenía un montón de plata?
—Sí, pero no era careta. Si te dije que siempre nos invitaba a su casa y ponía todo él. Una vez hasta lo acompañamos a pescar, le encantaba pescar me acuerdo.
—Yo nunca fui a pescar, ¿estuvo bueno? –Miró su reloj– Uuh, se me hizo re tarde, che. Tengo que estar a las siete en otro lado –hizo un gesto para pedirle la cuenta al mozo–. Disculpame, me voy urgente. Ah, cierto, acordate de mandarle saludos a...
—Señor—el mozo le pasó la cuenta.
Él la miró un rato y sacó la billetera.
—¿A quién?

Otras obras de Marcos C...



Top