Cargando...

Nietzsche

Se despierta a las seis de la mañana, después del segundo aviso de mamá. No quiere volver a la escuela, pero tiene que ir, cómo no va a ir. Se queda dos minutos sentado al borde de la cama mirando al piso en la oscuridad, se levanta sin ganas y camina arrastrando los pies hasta la llave de la luz, la prende y se cambia. Empieza siempre por las medias, después el pantalón de vestir, al que ya no le entran más parches, la remera blanca y el guardapolvo. Deja los zapatos para el final, porque no le gustan y quiere tenerlos puestos el menor tiempo posible. En el comedor mamá ya le tiene lista la leche, tibia y con cacao, como le gusta.
—Dale, andá a lavarte los dientes que nos tenemos que ir.
Ahí es el momento para decirlo, sino cuándo. Se queda callado. Se lava los dientes rápido, y ahí mamá le moja el pelo y lo peina; siempre con una raya al costado, como si lo hubiera lamido una vaca.
—Vamos.
Bajan las escaleras, bajarlas es más fácil, y saludan a don Claudio al salir, que les devuelve el saludo. Cuando hace frío o llueve, es mucho más molesto esperar el colectivo. Hoy el día está lindo, y casi ni se nota. El viaje dura veinte minutos. Cuando se bajan en la parada, cruzan una avenida y caminan una cuadra. A mamá siempre le da miedo porque está oscuro. Lo despide en la puerta y se va al trabajo.
Cuando entra al curso nadie lo saluda, se sienta en el fondo y deja la mochila en el piso. Pasa media hora escuchando las conversaciones de los demás, mirando al pizarrón, durmiendo en el banco; hasta que la seño entra y los llama para ir a saludar la bandera. En la formación está último, nunca lo retan por estar hablando porque nunca nadie le habla. Cuando vuelven a entrar al curso a veces le hacen burla; si tiene suerte, se olvidan.
—¡Gerónimo, Santiago! ¡Dejen de molestar o los mando a dirección!
—Perdón, seño.
—Ya te vamos a agarrar en el recreo, cagón –le susurran a la pasada.
Llega el recreo y, si tiene suerte, se olvidan; si no, como la mayoría de los días, lo agarran del cuello y le hacen fosforito y, si tiene suerte, no le siguen  pegando después. Camina solo por los pasillos, comiendo la mandarina que mamá le da para la merienda. Le gustaría que lo dejen saltar la soga, jugar a las balitas, a la rayuela, a los trompos, a las figuritas; que lo dejen. Los dos recreos empiezan y terminan igual. Después la señorita explica las mismas cosas. Suena el timbre, y salen. No está apurado por irse, porque igual va a tener que esperar a su mamá en la puerta cuarenta minutos, hasta que salga del trabajo y lo pase a buscar. Cuando llega mamá caminan hasta la parada y esperan el colectivo. Veinte minutos, llegan, saludan a Don Claudio, que siempre está almorzando y no puede devolver el saludo, suben las escaleras, subirlas es más difícil.
—Esperala a Martina, ahora me voy a trabajar yo.
Martina le prepara el almuerzo, es buena pero nunca hace nada, pasa las tardes con ella hasta que vuelve mamá. Cuando vuelve le pregunta si hizo los deberes.
—Sí.
Entonces miran televisión juntos hasta que se hace de noche, cenan, y mamá lo manda a dormir a las diez.
Se despierta a las seis de la mañana, después del segundo aviso de mamá. No quiere volver a la escuela, pero tiene que ir, cómo no va a ir.

Otras obras de Marcos C...



Top