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Aristóteles

Mira por la ventana, pasan algunos autos, no se ven peatones. Está nublado, el sol trata de asomarse y vuelve a esconderse, corre un viento fresco que arrastra algunas hojas. Faltan dos horas para salir, su escritorio está repleto de papeles y carpetas. Se quiere ir.
—Rodríguez, ¿Terminó la escrituración que le había pedido? Es urgente, por favor. Ah, y además voy a necesitar que vaya usted esta tarde, tipo seis, a mostrar esa casa del barrio privado. Solo pueden hoy en la tarde, así que les dije que no había problema. Parece que...
—Pero señor, no creo que pueda yo. Mi hija tiene piano y...
—Mire, Rodríguez, no le estoy pidiendo un favor. Este matrimonio parece que está bastante seguro de comprar, y si damos muchas vueltas se van a ir. ¿Sabe la dirección de la casa?
—Sí, señor.
Parece que va a llover. Hay más nubes, el viento corre más fuerte, y el ambiente está más pesado por la humedad. Termina de revisar la escrituración y se la entrega a su jefe. «Quizá Martínez pueda esta tarde –piensa– es joven y no tiene hijos».
—¿Cómo va el laburo?
—Bien, estoy a poco de vender ese departamento que teníamos sobre Corrientes. ¿Vos cómo vas?
—Mal, che. Sabés que... Bueno, ¿somos amigos o no somos amigos?
—Obvio que sí, ¿Por qué esa pregunta?
—Necesito que me hagas un favorazo.
—Solo te acordás de que somos amigos cuando necesitás algo...
Martínez se negó. Iba a salir con su novia por la tarde y le molestó el tono con el que le pidió el favor. Después de que sale, va pensando en el camino qué le va a decir a su hija cuando llegue a su casa. Baja del auto, camina hasta la puerta, la abre, y ella llega corriendo a recibirlo.
—¡Papi! ¿Cómo te fue?
La abraza, la mira unos segundos y le responde:
—No muy bien, hija. Tengo que mostrar una casa esta tarde. No voy a poder ir a tu presentación. En serio que quiero, pero no puedo... No puedo...

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