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María Elena, ¿dónde vas?

El dispensador dice: se producen vacíos que corroen el alma y éste es uno de ellos. Más allá de entender y asumir el “regreso” expresado en la “muerte”, a los que respiramos nos cuesta digerir algunas circunstancias. Para el mundo hay personas que son paradigmas de la inocencia, del afecto, de la comprensión, de la misericordia, de la compasión cierta, y si encima de ello guardan talentos suficientes como para convocar a otras almas a un oasis de sentimientos, esas referencias suben los escalones que conducen a la eternidad del ideario. Podrán pasar siglos, pero algo los mantendrá presentes a través de sus legados. María Elena Walsh es uno de esos casos. En ella confluyeron las letras y esas vibraciones que generan un singular magnetismo que atrae. Palabras suaves. Sonrisas oportunas. Reflexiones permanentes. Se transforman en inmortales porque trascienden sus momentos y se proyectan al infinito, hablando en los silencios de las mentes de sus seguidores, de sus buscadores, de sus descubridores. En la vida no importa cuánto vendes, cuánto recibes o cuánto compras, importa cuánto es lo que has motivado a despertar en el otro, qué potencialidades, qué capacidades, qué virtudes... y cuando ello sucede, “algo” hace comunión y se une indisolublemente, estableciendo un puente indestructible donde las fibras la componen lo mejor de cada uno. Gracias María Elena Walsh. Indudablemente has sido una elegida, elegida de las simples cosas, esas que se atesoran por el siempre jamás. El vacío que dejas al partir, está lleno de algo indescriptible, imposible de ser traducido a palabras, puro sentimientos.

(LA GACETA Literaria, 14 de octubre de 1956)

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