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Carta del Adios

La historia más bella que jamás fué

Existen momentos tan pequeños que podríamos decir que no existieron, pero están ahí, en espera de la sonrisa sarcástica, del “valió la pena”. Por momentos como aquella sonrisa debajo del cerezo en Japón, o aquel inesperado paseo por el zoologico privado del padre de toda la capital, Don de la BOSCOcidad majestuoso que las manos del creador vio, o cuando me tacharon de paranoico en aquella tarde de helados. ¡ue increíble, esas aventuras peligrosas de lo prohibido! Pero excitante, aquel secreto que callábamos a gritos mientras manteníamos miradas profundas llenas de pasión y deseo. ¿Qué nos pasó?

Yo te digo qué nos pasó... ¡ui un imbécil, un idiota que desperdició un regalo de vida de continui! No hay palabra en ninguna lengua conocida por el ser humano que pueda describir el espantoso sentimiento de culpa y dolor. Preferiría arder eternamente en un lago de magma antes de seguir un segundo más con esta maldita culpa que corroe y desgarra la sonrisa que una vez amaste y pone un peso enorme sobre mis hombros, los cuales están deformados por dicho peso.

Y esas son sus palabras. Después de un incómodo silencio, ella sonrió dulcemente, le tomó las manos, lo miró a los ojos y lloró. Lloraron y volvieron a encontrarse en aquel parque que parecía haber sido dibujado para ellos, donde el tiempo era corto pero para ella siempre valió la pena. Volvieron a caminar por las calles de siempre, pero esta vez sin prisas, a escuchar el latir acelerado de sus corazones después de una noche de amor. Y todo esto sin decir una palabra, porque sus lágrimas lo decían todo. Luego ella se levantó, secó sus ojos, se acercó a su oído y, como una caricia, susurró “no hay remedio, eres mi gran amor”. Le dio un beso en la mejilla y justo antes de irse para siempre, le pidió que se perdonara, que de aquella nuestra historia quedan en su memoria solo recuerdos felices y lecciones de vida .

Él sosteniendo la sonrisa que tanto le gustó por tanto tiempo y con lágrimas en sus ojos, la abrazó fuerte contra su pecho para poder tener grabado en su memoria el olor de su cabello y la sensación de su cuerpo entre sus brazos. Le dijo por última vez, “perdón” y “sigues siendo parte de mí dondequiera que esté y dondequiera que vaya, en el pasado, en el presente y, por supuesto, en el futuro”. Sin más besos, soltó sus manos y realizó el primer acto de amor puro: la dejó ser feliz. Fin.

Historia escrita en co-autoria con A.E.J.M

Piaciuto o affrontato da...
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