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A Sevilla

¡Sevilla! suelo fecundo
lleno de luz y grandeza,
¿qué diré de tu belleza,
que ya no haya dicho el mundo?
Nunca mi afecto profundo
pudo elevarte canciones;
más hoy que, en otras regiones,
de verte la dicha pierdo,
es para mí tu recuerdo
manantial de inspiraciones.
 
Miré en ti la luz del día,
tus auras diéronme arrullo,
y te nombro y siento orgullo
de llamarte patria mía.
Hoy, que el afán que me guía
lejos de ti me ha lanzado,
tu recuerdo idolatrado
en mi corazón no muere:
¿cómo, quién así te quiere,
pudiera haberte olvidado?
 
¿Y cómo te he de olvidar,
si a más de lo que te adoro,
en ti he dejado el tesoro
de mi familia y mi hogar?
¿Cómo no habré de soñar
en tu encanto y tu hermosura,
si tiene en ti mi ternura
cuanto es su bien en la tierra?
¿Cómo no, si en ti se encierra
el templo de mi ventura?
 
Tu sol de fuego encendió
mi juvenil fantasía;
tú cielo, de su poesía
un átomo en mi vertió;
desde niña en mi brotó
de gloria el afán ardiente:
¿cómo hallarla, si mi mente
vierte confusa su idea?
¡No es fácil que nadie vea
lo que hay detrás de mi frente!
 
No debí tender el vuelo
lejos de mi dulce nido;
mas ya que así lo han querido
la suerte y mi loco anhelo,
mi alma, en continuo desvelo,
recordándote suspira;
el patrio amor que me inspira
es un amor grande y santo:
¡yo te ofrezco el primer canto
que brota aquí de mi lira!
 
De tu suelo en el vergel
fecunda vida tuvieron
los que el orbe conmovieron
con la pluma y el pincel.
De su gloria el rayo fiel
siempre iluminarte pudo,
y yo sus nombres saludo
en el libro de la historia:
¡viviendo fueron tu gloria,
y muertos serán tu escudo!
 
En tu mente no derrama
sus sombras estéril sueño;
que hoy muestras glorioso empeño
en acrecentar tu fama.
El genio su ardiente llama
entre tus hijos reparte,
y luchan por conquistarte
lauros de perpetuo brillo:
¡tú coronaste a Murillo,
y a ti te corona el arte!
 
Lejos tú de la región
donde hoy con dolor se escucha
el grito de horrible lucha
y el estruendo del cañón,
vigorosa inspiración
su sello en tu frente imprime;
y mientras la guerra esgrime
su espada en sangre teñida,
cumples en paz bendecida
tu misión, que es más sublime.
 
No con vil desconfianza
te entregues al desaliento,
porque es tan noble tu intento
como justa tu esperanza.
Con fe decidida avanza
por la senda en que caminas,
y tal vez, si es que imaginas
dar siempre tan alto ejemplo,
el porvenir te alce un templo
sobre tus propias ruinas.
 
¡Patria! A pensar y a sentir
en tu recinto empecé,
yo que en la gloria soñé,
fuí por ella a combatir.
Mi frente no ha de ceñir
el laurel de la victoria;
mas aunque olvide la historia
mi nombre desconocido,
si no merezco tu olvido
¿para qué quiero más gloria?
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