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Yo 70 y tú 75...

Después de tanto tiempo un hombre llegó a tocar mi puerta.
Golpeó y golpeó muchas veces
pero el óxido crónico en todas las aldabas
no me dejaban abrir para que entre.
 
Entonces tocó los vidrios heridos de mi ventana,
una grasa oscura de tiempos en el cristal
ocultaban el color de sus ojos. No podía verle. Y yo le dije:
Vete por atrás, por el corral ¡vamos, inténtalo!
 
Se fue corriendo torpemente con sus pasos enervados,
encontró en ruinas unas paredes de adobe, muy altos.
Intentó subir imaginándose fuerte
pero vientos añejos soplaron intensamente.
 
Subiré por el techo, gritó invencible el hombre.
Trajo una escalera grande y una soga colgada de su hombro.
Abrió de par en par las calaminas agrietadas de mi techumbre,
asió la cuerda y bajó plañidero... muy lento.
 
Ya dentro de mi casa sus ojos felices brillaban
en medio de una oscuridad antigua, abandonada.
Las telas de  araña estaban por todos lados, como fantasmas
y entrampaban al visitante cuando me buscaba.
 
Yo tenía miedo encontrarlo de frente,
no sabía si al verlo podría confiar en su reflejo
pero también volaban miles de mariposas en mi vientre
y una mirada nueva, desconocida, me sonreía en el espejo.
 
Por fin nos encontramos, nos vimos en la cocina con la penumbra.
Yo le imaginaba diferente, con otros aires,
tal vez él también imaginaba a otra. Con menos llantos. No lo sé,
pero había en sus ojos una sincera felicidad de verme.
 
Nos unimos sin preguntar tanto a nuestros corazones.
Ya no tenemos tiempo de esperar  – dijimos –
Creo yo, fue el miedo lo que nos reunió ese día.
Yo tenía 70 y él 75; ya no había amor, ni belleza, ni pasiones.
Sólo era cuestión de segundos nuestra vida
Y el terror de morir solos era lo que nos unía.

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