Te amo con la furia que arde en los abismos,
te odio con la calma que habita los desiertos.
Me hundo en tus pupilas como en crueles himnos,
y huyo de tus labios, ya fríos, ya inciertos.
Eres mi condena, mi dulce y vil pecado,
mi flor envenenada, mi cruz, mi salvación.
A veces te deseo como un loco al pasado,
y a veces te sepulto sin rastro, sin perdón.
En tus manos reposa lo poco que aún respiro,
mas en tu indiferencia naufraga mi razón.
Te escribo y me desangro, me rompo y me deliro,
te pienso y me maldigo con negra devoción.
Si ríes, yo me muero. Si lloras, yo me alzo.
Eres ruina y templo, veneno y bendición.
No sé si te reclamo o si me desbalanzo,
si te dejo en mis versos... o en otra reencarnación.