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Teresa: 47

«En el verano, sí, me iré a la sierra
para dorarme al sol de las alturas;
tú sabes bien que don José no yerra;
que le llaman el mago de las curas...
Volveré toda fresca, hecha un pimpollo,
y dispuesta a vivirte, ¡vida mía!
ni me conocerás; vendré hecha un rollo
de carne nueva, carne de alegría...
Pues corto es el amor, la vida es larga...
no, al revés, largo el amor y corta
es la vida, tan corta y tan amarga
que aun siendo corta apenas se soporta.
Allí les daré cuerda, no te apures,
al amor y a la vida, Rafael mío...»
«Lo que nos hace falta es que te cures...
no te me vuelvas a cojer un frío...»
«Curarme? Sí, me curaré sin duda,
pero no del amor, ¿sabes, chiquillo?
me curaré poniéndome desnuda
al sol que me dará su fuerza y brillo.
He de volverme estatua, preciosa,
estatua de bronce, por supuesto;
ya verás, Rafael, qué buena cosa,
y tú me adorarás todo traspuesto...
A eso le llama don José, pues... ¿cómo?»
«¿Helioterapía.» «¡Qué bonito nombre;
para voces así de tomo y lomo
no hay en el mundo nada como el hombre.
Al sol, al sol! El sol es nuestro padre;
el sol enciende el pecho y pinta el cielo,
sombra... no!»—y mirando luego al suelo
concluiste: «la tierra nuestra madre... b.
Poco después en sus brazos de sombra
te recojía la tierra materna
y da el padre sol, a la verde alfombra
de tu cuna final su lumbre eterna.

Preferido o celebrado por...
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