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BREVE HOMENAJE A POUND PROPERCIO

Sombras de Ezra y de Sixto, cantores espectros,
por vuestras obras y selvas ubérrimas me quiero,
que de primeras a tan clara fuente llego
y traigo al castellano desmesuras yanquis
                              y romanas.
¿Quién sería que os mostró tan subrepticio ritmo,
        en qué salón lo habréis oído;
al compás de qué pie, qué aguas
endulzaron vuestros silbos?
 
Las pertinaces sanguijuelas del poder seguirán, como sabemos,
con sus sones y marciales bagatelas; a nosotros
nos concierne hacer buen uso de la tecla de borrado.
Tras los caballos enjaezados, el carro recién hecho;
en sus volandas de amor joven, una musa juvenil
     conmigo asciende al éter...
Redactores de crónicas seguirán registrando viejas glorias,
celebridades mundiales alabarán a los clásicos más célebres,
describirán con pelos y señales el aforo del supermercado,
pero ¿algo que leer en circunstancias propicias?
¿algunas pocas páginas traídas de la colina hendida sin mácula?
Yo deseo una guirnalda que no me hunda la cabeza.
        Y no me corre prisa;
pasado mi entierro, sin duda, cobraré auge
en vista de que todo lo engrandece la duración
      sin miramiento alguno a la calidad.
¿Y quién tendría noticia de aquellas torres hoy
     desbaratadas por un corcel de pino;
del Paraíso y de Helena, del héroe imaginario del Quijote,
de las salpicaduras de Héctor en las ruedas de aquel carro,
de la Ballena Blanca, del Gran Hermano, del Hombre Insecto
o de Raskolnikov y Aliosha, de Hugh Selwyn Mauberley?
¡Bien poco se hablaría de Troya, la vieja Ilión,
     de la Mancha o de la Praga germánico-semita,
en definitiva, de las madejas mentales de la literatura occidental,
de no habérnoslo cantado Homero y sus secuaces!
 
Y también yo, entre los últimos parientes de dicha ciudadela,
              tendré mi día de perros,
sin lápida que cubra mi indecente sepulcro;
procedentes mis votos del templo de Febo sito en Licia (Patara),
viajarán mis canciones entretanto
y señoritas desvirgadas gozarán de ellas
una vez hayan superado la extrañeza...
pues Orfeo domó fieras
y detuvo el río tracio;
y el monte Citerión las rocas sacudió, en Tebas,
y a su gusto en danza las puso formando un baluarte;
¿y tú, oh Polifemo? ¡la difícil Galatea a punto de volverse
a tus caballos chorreantes, por una canción, bajo el Etna!
Entremos en materia.
Con los favores de Baco y Apolo, habrá una muchedumbre de muchachas
rindiendo sus honores a mi cháchara,
aunque sostén a mi morada no le den columnas tenarias de Laconia
(asociadas con Neptuno y con Cerbero),
ni sobre vigas traveseras bañadas en oro se erija;
mis huertos no descansan amplios y nivelados
        como feacios bosques,
        suntuosos y jónicos,
ni están colmadas mis grutas de marcial vendimia,
mi bodega no data de los tiempos de Maricastaña,
ni repleta está de cántaros de vino, ni provista de nevera de marca;
y sin embargo la comparsa de las Musas
  seguirá con sus narices colectivas en mis libros,
y sacias ya de tanto dato histórico en pos irán de mi canción de baile.
 
Dichoso aquel a quien mencionen mis libelos,
    mis cantos serán lápidas hermosas que su belleza cubren.
        ¿Qué en contra?
Ni pirámides ni rascacielos arañando las estrellas en su curso,
ni las sondas al satélite Europa ni la ansiada teoría de todo,
ni la fe en neo-tierras prometidas ni las efigies de Mausolo
     son una reflexión completa de la muerte.
 
Arde la llama, cala la lluvia hasta las grietas; vamos todos
a la ruina patente bajo el sordo repicar del calendario.
El genio—en tanto que adorno—permanece inmortal,
      un nombre que los siglos no silencian.

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