Una honda pena me invadió
aquella noche de julio
en la que me debatía
por la maternidad planeada,
deseada o esperada.
Me atravesó como daga
una incógnita magna
por pensar en aquella vida
no conocida
que me negué a procrear.
Jamás hubo momento de concebir,
ni espacio para gestar,
nunca hubo otra existencia dentro de mí
y lloré tanto, como si hubiese sido real,
como si mi felicidad
dependiera de eso que no sucedió.
Reza un cantante y poeta español
que no hay nostalgia peor que añorar
lo que nunca jamás sucedió.
No fue la vida, pues siempre la quise,
fue el padre, al que me opuse
a que fuera tal.
Mi adorada vida,
desconocida
y derruida
por el recuerdo
de la huida.
Yaces inefable,
temida e inescrutable
en mi mente,
en la añoranza
de lo inexistente.
Es un lamento,
una tristeza,
una honda pena.
Mi Saturno,
mi mundo imaginario,
inalcanzable,
en mi mente siempre vivirás,
como una idea fría, inhabitable
o una ausencia inventada,
lejana a mis posibilidades.
Un planeta.
Una vida
a la nunca jamás conoceré.