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La rosa del herbolario

Dejo en la nave de la rosa
la decisión del herbolario:
si la estima por su virtud
o por la herida del aroma:
si es intacta como la quiere
o rígida como una muerta.
 
La breve nave no dirá
cuál es la muerte que prefiere:
si con la proa enarbolada
frente a su fuego victorioso
ardiendo con todas las velas
de la hermosura abrasadora
o secándose en un sistema
de pulcritud medicinal.
 
El herbolario soy, señores,
y me turban tales protestas
porque en mí mismo no convengo
a decidir mi idolatría:
la vestidura del rosal
quema el amor en su bandera
y el tiempo azota el esqueleto
derribando el aroma rojo
y la turgencia perfumada:
después con una sacudida
y una larga copa de lluvia
no queda nada de la flor.
 
Por eso agonizo y padezco
preservando el amor furioso
hasta en sus últimas cenizas.
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