Espérame, al umbral de tu ventana,
que, por fin, llegará el soñado día
que el destino nos una en cofradía,
en un beso de amor cada mañana.
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Son tus ojos la estrella soberana
que ilumina mi senda oscura y fría,
y colma de ansiedad y de armonía
mi pobre corazón, que se engalana.
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No desmayo, y abrigo la esperanza
de que un día, en remota lontananza,
un edén hallarán nuestros amores.
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Nunca es tarde, y espero aquel momento
que termine, por siempre, mi tormento,
mi quebranto y también mis sinsabores.