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La rosa de Trinidad

Dedicada al Sr. José A. Hernández

I
En la verde pradera
Que con sonante espuma
Riega el Táyaba undoso
Y flores mil dibuja,
Hay un rosal lozano,
Cuyo aliento perfuma
El aire fresco y suave
Que en torno de él circula.
Coronado de perlas
Le deja el alba pura,
Los céfiros le halagan,
La aurora le saluda,
 
Y las parleras aves
En su redor se agrupan
Cantándole abstraídas
Mil himnos de ventura.
Allí una madrugada
Al brillo de la luna
Cercado del solemne
Silencio de las tumbas,
Pulsando distraído
Su bella lira ebúrnea,
Así cantaba un bardo
De la risueña Cuba.
 
II
«Flor preciada que el alba serena
Como estrella de paz y de amor
Grata mueves tu corola amena
Esparciendo suavísimo olor;
¡Cuánto es bello en tu cerco divino
Ver lucir el licor matinal,
Tu animado color purpurino
Y tu eterno verdor tropical!
Sola tú consolaras ¡oh rosa!
Mi pesar y amargura cruel;
Bendiciones a ti, reina hermosa
Del florido y fecundo vergel.
Si en las ondas del Táyaba brilla
Tu beldad de una ninfa en su sien,
Del San Juan en la plácida orilla
Nacen rosas y ninfas también.
Nacen rosas y ninfas, no empero
Más hermosas que aquestas serán,
Yo a cantarlas me brindo sincero,
Si les place el cantor de San Juan.
«Triste el bardo, dirán las hermosas,
Sin ventura a estos campos llegó,
Y del Táyaba a ninfas y rosas,
Olvidando sus males cantó».
 
III
Perdóname ¡oh flor! si en tanto
Que el suave Alisio te mece,
Sólo entono un débil canto,
Y no el himno que merece
Tu inocente cáliz santo.
Acaso en mejores días
Te tributaré loores;
Pues las desgracias impías
Más inspiran elegías,
Que cánticos a las flores.
Quizás desde el Yumurí
Recordaré tu beldad,
 
Y veré presente allí
Con sus hojas de rubí
La rosa de Trinidad.
Adiós, rosa peregrina,
Flor de dicha y bendición,
Jamás te amague la ruina,
Ni el arrasante aquilón
Deshoje tu faz divina.
A las castas hermosuras
Que me representas hoy,
Darás tus esencias puras;
Mientras yo infelice voy
A sentir mis desventuras».
 
IV
Dijo el bardo, y suspirando
Marchose por la espesura
Que de San Ignacio el valle
A la simple vista oculta;
 
Bien como tórtola ausente
De su amor tálamo y cuna,
Que al discurrir por los campos
Tristísimamente arrulla.
 
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