A Enrique Díez-Canedo.
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Desnuda está la tierra, y el alma aúlla al horizonte pálid… como loba famélica. ¿Qué buscas, poeta, en el ocaso? ¡Amargo caminar, porque el camino
Rejas de hierro; rosas de grana. ¿A quién esperas, con esos ojos y esas ojeras enjauladita como las fieras, tras de los hierros de tu ventana?
La calle en sombra. Ocultan los a… el sol que muere; hay ecos de luz… ¿No ves, en el encanto del mirador… el óvalo rosado de un rostro conoc… La imagen, tras el vidrio de equív…
Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles
Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido herma… que en el sueño infantil de un cla… vimos partir hacia un país lejano. Hoy tiene ya las sienes plateadas,
Desde el umbral de un sueño me lla… Era la buena voz, la voz querida. —Dime: ¿vendrás conmigo a ver el a… Llegó a mi corazón una caricia. —Contigo siempre... Y avancé en m…
Al borde del sendero un día nos se… Ya nuestra vida es tiempo, y nuest… son las desesperantes posturas que… para aguardar... Mas Ella no falt…
Este hombre del casino provinciano que vio a Carancha recibir un día, tiene mustia la tez, el pelo cano, ojos velados por melancolía; bajo el bigote gris, labios de has…
¡Ya su perfil zancudo en el regato… en el azul el cielo de ballesta, o, sobre el ancho nido de ginesta, en torre, torre y torre, el garaba… de la cigüeña!... En la memoria mí…
Era una noche del mes de mayo, azul y serena. Sobre el agudo ciprés brillaba la luna llena, iluminando la fuente
El tiempo que la barba me platea, ahondó mis ojos y arrugó mi frente… va siendo en mi memoria transparen… y mientras más lejano, más clarea. Miedo infantil, amor adolescente,
Vosotras, las familiares, inevitables golosas, vosotras, moscas vulgares, me evocáis todas las cosas. ¡Oh, viejas moscas voraces
Soria de montes azules y de yermos de violeta, ¡cuántas veces te he soñado en esta florida vega por donde se va,
Pasan las horas de hastío por la estancia familiar el amplio cuarto sombrío donde yo empecé a soñar. Del reloj arrinconado,
Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar, que es el morir. ¡Gran cantar! Entre los poetas míos tiene Manrique un altar.