Gloria Fuertes (Madrid, 28 de julio de 1917 – Madrid, 27 de noviembre de 1998) fue una poetisa española. Nació en Lavapiés, en la época, un modesto barrio del Madrid antiguo. Su madre era costurera y sirvienta; su padre, bedel. Poco se sabe de su vida familiar, a lo que ha contribuido que la escritora siempre guardara celosamente su intimidad. Se ha especulado sobre su homosexualidad, que aparecería sutilmente declarada en poemas como «Lo que me enerva», «Me siento abierta a todo», «A Jenny», etc. Dice Gloria Fuertes: Sale caro, señores, ser poeta. La gente va y se acuesta tan tranquila que después del trabajo da buen sueño−. Trabajo como esclavo llego a casa, me siento ante la mesa sin cocina, me pongo a meditar lo que sucede. La duda me acribilla todo espanta; comienzo a ser comida por las sombras las horas se me pasan sin bostezo el dormir se me asusta se me huye −escribiendo me da la madrugada−. Y luego los amigos me organizan recitales, a los que acudo y leo como tonta, y la gente no sabe de esto nada. Que me dejo la linfa en lo que escribo, me caigo de la rama de la rima asalto las trincheras de la angustia que nombran su héroe los fantasmas, me cuesta respirar cuando termino. Sale caro señores ser poeta.
Humberto Fierro (Quito, 1890 - 1929) fue un poeta ecuatoriano perteneciente a la llamada Generación decapitada, compuesta por poetas de la aristocracia criolla. Hijo de una familia acomodada, adquirió esmerada educación, y en las propiedades de sus padres dedicó buena parte de su tiempo a la lectura de sus autores preferidos. De una sensibilidad exasperada, introvertido, sencillo y modesto, se desempeñó toda su vida como amanuense en una oficina del Ministerio Público, sin preocuparse por mejorar su situación económica. Centró toda su dedicación en la poesía, la música y la pintura, y sobresalió principalmente en el primero de estos campos. Junto con Arturo Borja, Ernesto Noboa Caamaño y Medardo Ángel Silva, Humberto Fierro conforma el grupo de modernistas denominado la Generación decapitada. Siguiendo los pasos del nicaragüense Rubén Darío, los modernistas ecuatorianos rompen con las formas tradicionales de la poesía, renuncian a la rigidez del verso medido y dan preferencia al ritmo interior; pero, sobre todo, reivindican el ensueño, la fabulación y el entusiasmo como pilares de la creación literaria.
(León Felipe Camino; Tábara, Zamora, 1884 - Ciudad de México, 1968) Poeta español. Representante de los creadores exiliados tras la Guerra Civil, sus versos poseen un talante crítico y de lucha contra las injusticias sociales. Hijo de un notario, pasó su infancia en Sequeros (Salamanca) y en 1893 se trasladó con su familia a Santander. Tras estudiar en Madrid, ejerció de farmacéutico en varias ciudades al tiempo que trabajaba como actor para una compañía de teatro itinerante. Estuvo encarcelado por deudas, administró los hospitales de Guinea, y en 1922 viajó a México, donde desempeñó labores de bibliotecario en Veracruz antes de ser agregado cultural de la embajada española y profesor de literatura en diversas universidades americanas. Al estallar la Guerra Civil española se encontraba en Panamá, desde donde regresó a España para apoyar la causa republicana. En 1938 se exilió definitivamente en México. Su obra poética se abrió con Versos y oraciones del caminante (1920), cuya sencillez temática y estilística distanció al autor de las corrientes posmodernistas del momento. En el segundo volumen de Versos y oraciones del caminante (1930) vuelven los temas intimistas centrados en la experiencia cotidiana, pero el tono elevado y profético revela el magisterio de W. Whitman, que fue traducido por el autor. La actitud moral comenzó a manifestarse en su siguiente obra, Drop a star (1933), donde las influencias de Whitman, A. Machado, M. de Unamuno y T. S. Eliot se fundieron con un modelo expresivo inspirado en la Biblia, que fue característico de su producción. La experiencia de la guerra civil y el exilio posterior configuraron una voz poética combativa y rebelde, especialmente a través de La insignia (1937), El payaso de las bofetadas y el pescador de caña (1938), El hacha (1939), Español del éxodo y el llanto (1939) y El gran responsable (1940). En estas obras León Felipe encarnó la figura del poeta vidente, entre prometeico y quijotesco, que enuncia su discurso de una manera casi mística: la palabra actúa como una fuerza que redime a los humildes de los sufrimientos e injusticias, aunque a veces sea tan sólo un grito desesperado. Sus composiciones, de gran fuerza lírica y hondo contenido social, rememoran el drama de la guerra, la derrota y el destierro, al tiempo que reflejan la condición humana con apasionado idealismo. Los versos destacan por la sobriedad del léxico, y por un ritmo amplio y reiterativo que le comunica una sonoridad semejante a la de los versículos bíblicos, aunque en ocasiones incurran en lo prosaico o parezcan fruto de un fácil verbalismo. Después de Ganarás la luz (1943), y Parábola y poesía (1944) publicó Antología rota (1947), selección de poemas que llegó a gran número de lectores. Posteriormente aparecieron España e Hispanidad (1947), Llamadme publicano (1950) y El ciervo y otros poemas (1958), este último un canto elegíaco provocado por el fallecimiento de su esposa. En su libro postrero, titulado ¡Oh, este viejo y roto violín! (1965), reflexiona sobre el tiempo, el sueño y la muerte, temas centrales de su última etapa. Referencias Biografías y Vidas – biografiasyvidas.com/biografia/l/leon_felipe.htm
Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 30 de octubre de 1902 - Madrid, 2 de abril de 1984) fue una escritora española, representante de la denominada poesía desarraigada de la Primera generación de posguerra española. Nació en Sevilla pero se crio en Bilbao siendo la hija primogénita de la valenciana Amelia Aymerich y de Jesús Ángel Figuera. Estudió en el colegio del Sagrado Corazón y obtuvo el título de Bachiller en 1924 en el Instituto Provincial. En 1925 inició estudios de Filosofía y Letras como alumna libre, examinándose en Valladolid y concluyéndola en Madrid.
(Tacna, Perú, 1868 - Buenos Aires, 1933) Poeta, ensayista y dramaturgo boliviano que fue la figura más representativa del modernismo en la literatura de su país. Su constante actividad política y cultural quedó en buena medida reflejada en la variedad de los enfoques que se aprecian en el conjunto de su obra. Hijo de un diplomático de Potosí, ejerció también la diplomacia como embajador en Estados Unidos y Brasil y como representante de su país ante la Sociedad de Naciones, en Ginebra, además de ser más tarde ministro de Relaciones Exteriores. Sus largas estancias en Tucumán (Argentina) le llevaron a ocupar una cátedra en la Universidad Nacional, donde fundó la Revista de Letras y Ciencias Sociales que pronto adquirió un merecido prestigio. Durante más de veinte años se dedicó a la docencia en tierras argentinas, donde finalmente falleció, aunque sus restos fueron trasladados a Potosí, ciudad en la que se encuentra enterrado. Político activo y escritor consumado, su obra pedagógica Curso de historia de la literatura castellana y su producción ensayística, como Psicología del genio, no alcanzaron no obstante el esplendor de su poesía. Se le ha considerado uno de los cuatro "delfines" de R. Darío junto a L. Lugones, J. Herrera y Reissig y A. Nervo, a quien conoció en Buenos Aires y con el que fundó la Revista de América (1894), además de entablar una fructífera amistad por la cual participaron ambos en las actividades del Ateneo y colaboraron en el quehacer periodístico en el diario La Nación, también en Argentina. El llamado "príncipe de los poetas bolivianos", sorprendió a la crítica con su libro Castalia bárbara (1899), de temática insólita: el conflicto entre el mundo pagano y los valores cristianos, en el que el mundo antiguo está caracterizado por la violencia y la visión cristiana conlleva la sumisión y el amor. Se ha dicho que se inspiró en los Poémes barbares de L. de LIsle para reconstruir la cosmología de los mitos escandinavos, pero en todo caso demostró ser un excelente forjador de ritmos de articulación cambiante y poderosa, con una orquestal sonoridad y un magistral dominio de la idea y de la retórica. En su desarrollo aparecen desde los cisnes de Iduna, la diosa cuyas manzanas restituyen la juventud, hasta las andanzas de Bragi, dios de la poesía, y Thor, el rudo y terrible guerrero que se ofrece en el poema "Aeternum vale", para destruir a la divinidad invasora; sin embargo, aquí el poeta prefirió renunciar a la concreción de la violenta y fallida acción, recreando en su lugar una atmósfera brumosa e ideal. Todo ello expresado con una marcada acentuación europea que demostró la densa variedad de sus conocimientos, desde la estética wagneriana del Tanhauser hasta la poesía de G. Carducci, lo que manifestaba el decantado bagaje intelectual adquirido en sus viajes y actividades políticas y pedagógicas. En 1917 publicó su segundo y último libro de poesía, Los sueños son vida, en el que abandonó el ámbito germánico y se refugió en un intimismo y paisajismo sentimental, con el que se acercó más a un cierto posmodernismo donde tenían cabida unas reflexiones de carácter más personal, aunque sin abandonar sus singulares elementos fonéticos. Freyre fue también autor de ensayos sobre teoría literaria como Leyes de la versificación castellana (1912), en el que analizó la búsqueda y el hallazgo de nuevas fórmulas líricas, en una exposición teórica que si bien fue superada por investigaciones posteriores, influyó fuertemente en su momento sobre un numeroso grupo de escritores bolivianos, argentinos e incluso españoles. Escribió asimismo una obra de investigación: La historia del descubrimiento de Tucumán. Otras títulos emparentados con la crónica fueron: Historia de la Edad Media y de los Tiempos Modernos; La hija del Jefté, y el drama histórico Los conquistadores (1928), obras sin embargo menores en comparación con su lírica. Sus Poesías completas no se editaron hasta 1944. Referencias Biografías y Vidas - www.biografiasyvidas.com/biografia/j/jaimes_freyre.htm
Américo Ferrari (1929). Poeta, traductor y ensayista peruano. Nació en Lima, Perú, en 1929. Entre sus libros de poesía publicados, se encuentran: El silencio de las palabras (Málaga, Cuadernos del sur, Publicaciones de la Librería Anticuaria el Guadalhorce (1972); Espejo de la ausencia y la presencia, Cuadernos de María Isabel (1972); Las metamorfosis de la evidencia (Lima, Ediciones de la Clepsidra, 1974); Tierra desterrada (Lima, Arríbalo, 1980); La fiesta de los locos (Barcelona, Auqui, 1982); Para esto hay que desnudar a la doncella (Obra Poética 1949-1997. Barcelona, Los libros de la Frontera. El Bardo Colección de Poesía, 1998); y Casa de Nadies (Lima, Gonzalo Pastor Editor, 2000). Ha traducido del alemán a poetas esenciales como Novalis (Himnos a la noche – Cánticos espirituales) y y George Trakl (Sebastián en sueños). Algunos libros de ensayo: César Vallejo (en colaboración con Georgette Vallejo. Paris, Segher éditeur. Collection Poétes d′Aujourd´hui, 1967); Los sonidos del silencio. Poetas peruanos del siglo XX (Lima, Mosca Azul, 1990) y El bosque y sus caminos. Estudios sobre poesía y poética hispanoamericanas (Valencia, España, Pre-textos, 1993). Referencias Poetas Poemas - www.poetaspoemas.com/americo-ferrari
Tomás Martín Feuillet (La Chorrera, Panamá, 18 de septiembre de 1832 - Piendamó, febrero de 1862) fue un poeta, escritor romántico y militar panameño. Fue hijo de Leandra Morales, una humilde mujer que lo entregó a don José Martín y doña Juliana Feuillet de Martín en la ciudad de Panamá, quienes lo adoptaron como su hijo bajo el nombre de Tomás Martín Feuillet. Su poema más sobresaliente fue «La Flor del Espíritu Santo», dedicado a la flor nacional de Panamá.
Dicen Que las palabras se las lleva el viento, Por eso yo las escribo... Me puse ablar con el de arriba y llegamos a un acuerdo que me diera la sabiduria nesesaria y yo prometi no perder el tiempo que si avia fallado en algo me diera la diciplina nesesaria pero que me echara la mano en escribir con tinta negra para que mis palabras en el papel quedaran grabadas que lo que escribiera se convirtiera en algo valioso que me diera el conocimiento para escribir la lirica que poco a poco con el tiempo voy aprendiendo pero no me iria de esta tierra sin aver escrito lo que yo siento Verso favorito: "Si me quedo sin tinta escribo con sangre las paredes"- Kendo Kaponi
Fabio Federico Fiallo Cabral (3 de febrero de 1866 - 29 de agosto de 1942) fue un escritor, poeta y político dominicano. Nacido en la ciudad Santo Domingo, República Dominicana el 3 de febrero de 1866. su hijo era Ramon Enrique Garcia Fiallo (político Dominicano, diputado al Congreso de la República Dominicana en 1867) y Ana María Cabral Figueredo. Desde muy joven contó con la orientación política de su padre, quien desde la administración del Presidente General José María Cabral y Luna formó parte de importantes comisiones encargadas de negociar un Tratado de Paz, Amistad y Comercio entre Haití y la República Dominicana. Luego de ingresar a la Facultad de Derecho en el Instituto Profesional, abandonó sus estudios para dedicarse a la política y la poesía desde joven. Fungió como funcionario público desde diferentes posiciones en el Gobierno de la República Dominicana, entre ellos: Procurador Fiscal del Tribunal de Primera Instancia de Santo Domingo, Subsecretario de Interior y Policía (1903), Comisionado Especial del Gobierno en Azua, Samaná y Barahona (1904), Cónsul en La Habana (1905), en New York (1905) y en Hamburgo (1910), Gobernador de Santo Domingo (1913) y Miembro de la Comisión de Pensiones (1932). Estuvo casado en dos oportunidades, la primera con Prudencia Lluberes Contreras (Octubre de 1892) con quien procreó a Prudencia Atala (1897), León Octavio (1894), y a Rafael; sus segundas nupcias las contrajo con María Bonetti Ernest (1905), con quien procreó a Margarita, Fabio y Julia Amelia. Nacionalismo La actividad política de Fabio Fiallo limitaba su carrera de poeta. Estuvo preso por defender la nacionalidad dominicana ante la intervención estadounidense de 1916 a 1924. Fue fundador de los periódicos El Hogar (1894), La Bandera Libre (1899), La Campaña (1905) y Las Noticias (1920) y colaborador del Listín Diario y El Lápiz. Fue apresado en los últimos meses de 1900 junto a Arturo Pellerano Alfau, director del Listín Diario durante la escalada represiva contra la prensa del gobierno liberal de Juan Isidro Jiménes. Fue miembro de la Asociación Nacional de la Prensa, dirigida en 1916 por Arturo J. Pellerano Alfau y a la que pertenecieron también Américo Lugo, Conrado Sánchez, Juan Durán, Manuel A. Machado y Félix Evaristo Mejía, entre otros. A través de esta agrupación se realizaron las primeras denuncias a la comunidad internacional en oposición a la ocupación de Estados Unidos en la República Dominicana. En 1916, un simple comisario de policía, recibiendo órdenes del poder intervendor, bajo el infundado alegato de estar involucrado en el movimiento revolucionario iniciado el 14 de abril que encabezaba Desiderio Arias, apresó a Fiallo, siendo recluido en el homenaje (Fortaleza Ozama) junto al periodista venezolano Manuel Flores Cabrera, director del periódico Las Noticias. Fue condenado a cinco años de trabajo forzado y al pago de cinco mil pesos de multa, por haber publicado un artículo en el Listín Diario antes de haberlo sometido a la comisión de censura. Pero la labor nacionalista de Fiallo no culmina con el fin de La Bandera Libre, sino que por el contrario se tornó más radical y en el Congreso de la Prensa, celebrado en noviembre de 1920, propuso medidas radicales declarar "traidor a la Patria a cualquier individuo dominicano que acepte en cualquier circunstancia misión, empleo o cargo alguno en cualquier forma cooperara con el Gobierno interventor" y que el pueblo dominicano boicoteara el saludo, el trato y la palabra contra cualquier traidor dominicano. Josue Daniel Ramirez el 22 es uno de los más conspícuos miembros del parnaso nacional, es más conocido por sus obras de ficción (poesía y cuento) que por sus cavilaciones en el ámbito periodísticco y sus lances como político y sus feriventes combates nacionalistas. Periodismo En su obra "Fabio Fiallo en la Bandera Libre: 1899-1916", Rafael Darío Herrera, escribe: "En septiembre de 1899, fundó el periódico La Bandera Libre que circulaba tres veces a la semana en los principales centros urbanos del país, y, como la mayoría de los medios escritos de la época, contaba de cuatro páginas, la primera de las cuales, contrario a lo que ocurre en la actualidad, estaba enteramente dedicada a la publicidad y en las páginas interiores se incluían artículos de opinión con escasas noticias. En la época, los periódicos se mantenían con los ingresos que generaban las suscripciones fijas y con las esquelas que colocaban los abogados y los comerciantes, generalmente extranjeros. El periódico sobrevivió hasta los primeros meses de 1900, y se autodefinía, en esta primera época, como una publicación "política y de intereses generales". Posteriormente reapareció en 1915 hasta su desaparición a fines de 1916. La Bandera libre es un periódico de combate, mordaz, incisivo, escrutador de las problemáticas nacionales. Emerge en una etapa de transición entre la defenestrada dictadura de Heureaux (julio de 1899) y el gobierno de Jiménes (noviembre de 1899). Su objetivo queda delineado en el eitorial inicial: "Lucharemos por el definitivo triunfo en las instituciones y en la práctica de las ideas liberales. Predicaremos la libertad a todo trance. "Las depredaciones, los nepotismos, las camarillas, los monopolios, nos tendrán en contra suya". A pesar de que en la primera etapa en que circuló La Bandera Libre todavía no se habían decantado las agrupaciones jimenistas (o bolos) y los horacistas (coludos), sus páginas contienen críticas acerbas contra el primero en tanto Jimenes era percbido como el principal opositor de la dictadura lilisista, sobre todo por su expedición a bordo del vapor Fanita en 1898, y la evidente simpatía con que contaba la dictadura entre los grupos de letrados urbanos del que Fiallo formaba parte. Así, en octubre de 1899, antes de las elecciones, Fiallo aceptaba con reservas la candidatura de Jiménes. Murió en La Habana, Cuba, el 28 de agosto de 1942. Sus restos fueron trasladados a República Dominicana en 1977 por orden del gobierno que entonces presidía el doctor Joaquín Balaguer. Obras * Primavera sentimental (1902) * Cuentos frágiles (1908) * Cantaba el ruiseñor (1910) * Canciones de la tarde (1920) * Plan de acción y liberación del pueblo dominicano (1922) * Jurb (1922) * La cita (1924) * Canto a la bandera (1925) * La canción de una vida (1926) * Las manzanas de Mefisto (1934) * El balcón de Psiquis (1935) * Poemas de la niña que está en el cielo (1935) * Sus mejores versos (1938) Referencias Wikipedia – http://es.wikipedia.org/wiki/Fabio_Fiallo
Enrique Frías es un poeta mexicano nacido en la ciudad de Oaxaca (1993) Ha publicado en revistas de difusión poética, tales como Amarcafé, Poetas Hispanos, Blanco & Negro, entre otras. Autor del poemario titulado «Temporal», publicado en 2019 por la editorial argentina Buenos Aires Poetry. Profesor de lenguas, onironauta & vago.
El poeta olvidado Hay autores que no la han tenido nada fácil, a quienes les ha costado en verdad hacerse un espacio, o para quienes mantener su lugar fue complicado debido a diferentes circunstancias. Tal es el caso de Jacobo Fijman, sin duda un escritor que marcó las bases del vanguardismo argentino pero que fue fácilmente olvidado, al permanecer durante más de 28 años en un hospital psiquiátrico. Referencias http://www.poemas-del-alma.com/blog/especiales/hemos-olvidado-a-jacobo-fijman Jacobo Fijman (Orhei, Besarabia, actual Moldova, 25 de enero de 1898 – Buenos Aires, 1970) fue un poeta judeoargentino. Formó parte de la vanguardia literaria del grupo Martín Fierro, donde se vinculó con Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo. Desarrolló varios oficios irregulares, y a partir de 1921 comenzó a padecer crisis mentales; crecientemente adepto al misticismo, se convirtió al catolicismo en 1930, y colaboró en varias revistas religiosas antes de ser internado definitivamente afectado de psicosis delirante en 1942. Moriría aún internado en 1970. Infancia y juventud Fijman, nacido en Europa, llegó a la Argentina en 1902, donde sus padres habían inmigrado en busca de trabajo; era el mayor de tres hermanos, y tres más nacerían ya en tierra argentina. Tras una breve estancia en Buenos Aires, se trasladaron al sur, donde su padre trabajaba colocando vías férreas en la línea de Río Negro. En 1907 se mudaron a Lobos, donde haría sus estudios primarios; desde niño mostró gran habilidad para el dibujo. Fijman, una personalidad tumultuosa y difícil, abandonó a su familia en 1917 para volver a Buenos Aires, donde estudiaría el profesorado en francés. Durante sus estudios en el Instituto de Lenguas Vivas se formó en filosofía antigua, griego y latín. Adepto al violín desde muy joven, acudió con asiduidad a los espectáculos de música clásica, mostrando verdadera pasión por Arcangelo Corelli. Ya graduado, trabajó brevemente como profesor en un liceo de señoritas, hasta sufrir la primera de sus crisis mentales. Abandonando trabajo y hogar, vagabundeó por la Argentina ganándose la vida como músico callejero; de esta época datan sus primeros poemas. Llegado al Chaco, trabajaría como peón rural un tiempo antes de regresar a Buenos Aires. Su aspecto y costumbres resultaban chocantes para la época, y a inicios de 1921 fue detenido por la policía, salvajemente interrogado y recluido en la cárcel de Villa Devoto. La crisis mental que le produjo el maltrato llevó a su primera internación en el entonces Hospicio de las Mercedes, afectado de delirios. Fue dado de alta seis meses más tarde, después de haber sido sometido a tratamientos que incluían el electroshock. La bohemia Intentó restablecerse, trabajando como periodista primero en el Uruguay y luego para Mundo Argentino y la revista de la comunidad judía, Vida Nuestra; en esta última aparecen sus primeros poemas publicados, gracias a su amigo de infancia Carlos Grünberg. Tras un nuevo viaje hacia el Litoral, regresa a Buenos Aires, y desempeñaba esta profesión cuando Leopoldo Marechal, promotor de la revista Martín Fierro, lo invitó a unirse al grupo; allí conoció a numerosas personalidades de la vanguardia local, como Pompeyo Audivert, Alfredo Bigatti, Girondo, Leopoldo Marechal, José Planas Casas y Antonio Vallejo. Los poemas y relatos que publica en varias revistas atrajeron atención, y por esa misma época, en 1926, vio la luz su primer libro Molino Rojo. Sobre Molino Rojo, Fijman dice que "En Molino Rojo hay una gran influencia de la sonata de Corelli 'La locura'. Esta sonata tiene dos formas de ejecución. 'El Loco' y 'La Loca'(...)Molino rojo tenía un título que atrapaba a los anarquistas y socialistas. Reaccionan instantáneos ante el color rojo. Se notaba en la ciudad un estado de demencia general. Y en Molino Rojo desde luego, hay una intención que empieza por la demencia..." Su estado se había agudizado entretanto, abrazando una suerte de misticismo fascinado con la religiosidad medieval. Sin embargo, pudo desempeñarse con elegancia como columnista de arte para el diario Crítica, cuyo fundador, Natalio Botana, lo había contratado junto con el célebre piscólogo Enrique Pichón Rivière para la sección de cultura. Entre 1927 y 1928 viajó por primera vez a Europa desde su llegada infantil a las costas argentinas; acompañado de Vallejo llegó a París, donde el surrealismo estaba en plena efervescencia, y conoció allí a los grandes poetas del movimiento, entre ellos André Breton, Paul Éluard y Antonin Artaud. Pese a las afinidades literarias, la inclinación mística lo distanció de los poetas. Contaría más tarde que (...) con Artaud nos conocimos en un café, en La Coupole. Estuvimos a punto de pelearnos. Yo me identificaba con Dios y Artaud con el diablo. Y el conde de Lautréamont era un loco perverso. Se había entregado a los vicios y hacía con ellos poesía. Compensó esas compañías con la frecuente visita de templos y catedrales. El misticismo Desanimado, regresa a la Argentina presa de una gran crisis de fe. Sigue en contacto con la bohemia local, y entabla amistad con el pintor Benito Quinquela Martín, con quien coincide en el Café Tortoni. Fascinado con la pintura medieval y la iconografía religiosa, cuenta entre sus pocas posesiones con estampas de santos e imágenes de la Virgen María; a instancias de su amigo Mario Pinto, comienza a concurrir a reuniones evangélicas organizadas por los monjes benedictinos, y traba amistad con varios escritores católicos que alcanzarían relativa fama en la revista Número. En septiembre de 1929 aparece su segundo libro, Hecho de estampas, algunos de cuyos poemas habían aparecido previamente en La Nación. Recibe una recepción calurosa por parte de la intelectualidad católica, y Tomás de Lara le dedica páginas elogiosas en el órgano de la progresía eclesiástica, Criterio. El 7 de abril de 19301 es bautizado en la fe católica. Número, que publica obra literaria y crítica suya, anuncia la finalmente frustrada publicación de San Julián el Pobre (cuentos), que debería haberse dado a imprenta en la primavera de ese año. A fines de ese año vuelve a la enseñanza del francés y ahorra algún dinero; gracias a ello, volvería a Europa en un segundo viaje, planeado éste con la ambición de tomar votos sacerdotales y dedicarse a la penitencia entre los benedictinos de Bélgica. Lo atormentaba sin embargo su amor por Teresa, sobrina de Oliverio Girondo, que aparece reiteradamente en sus obras de esta época. Mucha de su producción de estos años aparece en Número, antes de dar a luz su tercer volumen de versos, Estrella de la mañana (et dabo illi stellam matutinam), aparecido durante la dictadura de José Félix Uriburu. Número desapareció en el curso de 1931, y Fijman se vio nuevamente reducido a la indigencia. Volvió a tocar el violín en las calles y en bares como medio de subsistencia, mientras eludía a sus conocidos; en 1933 La Nación publicó dos obras suyas, y en 1934 ARX imprimiría su poema Letanía del agua perfecta, pero tendría poco contacto con amigos y familia. Apenas la muerte de su madre el 23 de abril de 1934 lo lleva a visitarlos brevemente para desaparecer luego de nuevo. Como durante su primera crisis, en este período de penuria dibuja compulsivamente, y sobre todo, lee y estudia, devorando las obras de los peripatéticos y los escolásticos. Concurría asiduamente a la Biblioteca Nacional Argentina hasta octubre de 1942, cuando el director de la misma, a la sazón el célebre antisemita Gustavo Martínez Zubiría, decidió prohibirle la entrada aduciendo que se había dirigido de manera irrespetuosa y violenta al personal. Atacado por una de sus crisis, deambuló varios días por la ciudad, y su comportamiento errático llevó a que la policía allanase el ático en que vivía sobre la Avenida de Mayo; tras la puerta abierta, los oficiales que efectuaron la operación encontraron dos carpetas con apuntes, una caja de lápices, casi un centenar de libros, un peine y una única muda de ropa sucia y en mal estado. Segunda internación Tras exámenes que lo declaran afectado de alienación mental volvió a ser confinado en Villa Devoto, y el 2 de noviembre en el Instituto Neuropsiquiátrico José T. Borda, de donde no sería ya dado de alta. El brutal tratamiento psiquiátrico incluiría nuevos electroshocks y una constante dosis de sedantes. La década siguiente sería trágica; internado en el hospital, y luego trasladado durante unos años a la Colonia de Alienados Open Door, Fijman careció de contacto con la realidad. En 1948 aparecería retratado en el celebérrimo Adán Buenosayres de Marechal, apenas disimulado con el nombre de Samuel Tesler, "el filósofo villacrespense" y reaparecerá también en Megafón o la guerra de 1970; pero ninguno de sus antiguos amigos haría contacto con él hasta 1952, cuando Osvaldo Dondo, antiguo colaborador de Criterio logra que lo devuelvan al Borda y ve con entusiasmo algunos signos de recuperación. Al año siguiente el diario Clarín publicó la primera nota sobre Fijman en casi dos décadas. Con claras señales de mejoría, Fijman pintó y escribió con ahínco durante estos años; declararía más tarde que "entre mi pintura y mi poesía hay una misma mano. Las mismas concepciones". Logró permiso para salir del hospital, y se encontró con antiguos amigos y colaboradores, como Dondo, Lisandro Galtier, y Juan Jacobo Bajarlía. Aparecieron nuevas notas sobre Fijman a partir de 1958, y en ese mismo año logró obtener una pensión de la Sociedad Argentina de Escritores. Para mejorar sus ingresos, traducía obras del francés para los psiquiatras del hospicio. En 1962 y 1964 parte de su obra fue recopilada como parte de antologías; en 1966 apareció por primera vez en más de 30 años obra inédita, publicada por Galtier en la revista Testigo. Otro poema aparecería dos años más tarde, atrayendo la atención del escritor y abogado Vicente Zito Lema. Tras entablar amistad con el poeta, Lema bregó por obtener su tutela, obteniéndola finalmente en 1969. En mayo de ese año apareció el primer número de la revista Talismán, editada por Lema y dedicada por entero a Fijman, con el subtítulo poeta en hospicio. Pocos meses más tarde la revista Extra, de Bernardo Neustadt, publicó varias notas del mismo Fijman, y su figura volvió a cobrar celebridad. Las revistas de sociedad se ocuparían de él durante un tiempo, y el poeta recibiría invitaciones para publicar y aparecer en los medios; en 1970, invitado a una emisión cultural del Canal 7, Fijman provocó quizás su último escándalo al declarar públicamente que todos los domingos, en misa, los sacerdotes comen mierda. Lema publicó en julio de ese año El pensamiento de Jacobo Fijman, o el viaje hacia la otra realidad. Gravemente enfermo, Fijman dejó de ser capaz de pasar los fines de semana en la casa de su tutor; aterrado por la perspectiva de una autopsia, pidió reiteradamente a Lema que no permitiera que le destrozaran la cabeza después de muerto. El 1 de diciembre de 1970 falleció, víctima de un edema pulmonar. Pocos amigos acompañaron su velatorio en la sede de la SADE. En 1985 una semblanza póstuma lo recordaría como Jacobo Fiksler en la novela El que tiene sed, de Abelardo Castillo. Obras Se indican sólo las ediciones actualmente disponibles. * Fijman, Jacobo (1985). Poemas. Zaragoza: Olifante Ediciones de Poesía. Selección de poemas. * Prólogo de Alberto Luis Ponzo; selección y notas de Carlos Vitale. ISBN 84-85815-10-6. * Fijman, Jacobo (1998). San Julián el pobre. Buenos Aires: Araucaria. Ed. Alberto a. Arias. * Fijman, Jacobo (2003). Poesía completa. Buenos Aires: Del Dock. ISBN 987-559-037-1. * Fijman, Jacobo (2005). Obras (1923-69) 1: Poemas. Buenos Aires: Araucaria. Ed. Alberto a. Arias. * Fijman, Jacobo Romance del vértigo perfecto. editorial = Buenos Aires: Descierto año = 2012 Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Jacobo_Fijman
Antonio González Flores (Madrid, 14 de noviembre de 1961 - 31 de mayo de 1995 ) compositor y cantante español de origen gitano. Único hijo varón de la cantante Lola Flores "La Faraona" y del guitarrista Antonio González "El Pescaílla" y padre de Alba Flores. Su estilo de música es el pop-rock con tintes de cantautor. Las canciones de Antonio están llenas de poesía urbana, amor, nostalgia y vivencias. Sus temas recorren un amplio espectro que va desde el rock hasta las baladas, pasando por el blues. También trabajó esporádicamente como actor, tanto en series de televisión como en películas como Sangre y arena (1989), protagonizada por Sharon Stone.
Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1 de junio de 1874 - Buenos Aires, 10 de febrero de 1952) fue un escritor argentino, autor de novelas, cuentos, poemas, artículos periodísticos, ensayos filosóficos y textos de naturaleza inclasificable. Ha ejercido una gran influencia sobre la literatura argentina posterior. Hijo de Macedonio Fernández, estanciero y militar, y de Rosa del Mazo Aguilar Ramos. En 1887 cursa sus estudios en el Colegio Nacional Central. Durante 1891-1892 publica en diversos periódicos una serie de páginas costumbristas incluidas más tarde en Papeles antiguos, primer volumen de sus Obras completas (Buenos Aires: Corregidor). Compañero y amigo íntimo de Jorge Guillermo Borges (padre de Jorge Luis Borges), comparten el interés por el estudio de la psicología de Herbert Spencer y por la filosofía de Arthur Schopenhauer. En 1897 la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires le otorga el título de doctor en jurisprudencia por una tesis titulada De las personas que todavía permanece inédita. Publica en La Montaña, diario socialista dirigido por Leopoldo Lugones y José Ingenieros. En 1898 recibe su diploma de abogado. Al año siguiente se casa con Elena de Obieta, con quien tendrá cuatro hijos. Publica en 1904 algunos poemas en la revista Martín Fierro (que no hay que confundir con revista vanguardista del mismo nombre publicada durante los años 20 y en la que tendrá un papel muy activo). En 1910 obtiene el cargo de Fiscal en el Juzgado Letrado de la ciudad de Posadas, en la provincia de Misiones, que desempeña durante algunos años. En 1920 muere su esposa. Los hijos quedan al cuidado de abuelos y tías. Abandona la profesión de abogado. Cuando Jorge Luis Borges vuelve de Europa en 1921 redescubre a Macedonio, con quien comienza una prolongada amistad. Borges, hacia 1960, dicta -ya ciego- un breve y sustancioso prólogo para una antología de Macedonio. Allí se nos dice que ninguna persona lo impresionó tanto como él. Hombre que no se cansaba de ocultar, antes que mostrar, su inteligencia proverbial. Macedonio prefería el tono de consulta modesta antes que el dictamen pontificador. Su tono habitual era el del ánimo perplejo. Lo caracterizaba la veneración de Cervantes, una cierta divinidad, para él. Detestaba todo aparato erudito, que entendía como una manera de eludir el pensamiento personal. De esta manera su actividad mental era incesante. Vivía desinteresado de las críticas ajenas, de confirmaciones o refutaciones exteriores. Con desparpajo y no cuestionada generosidad, atribuía su propia inteligencia a todos los hombres. Poseía la veneración supersticiosa de todo lo argentino. Y ejecutaba, en grado eminente, el arte de la soledad, y de la inacción. Sin hacer absolutamente nada, era capaz de permanecer solo, por horas. Pensar -no escribir- era su devota tarea. Aunque también solía, en la soledad de su pieza, o en la turbulencia de un café, abarrotar cuartillas en caligrafía minuciosa. Empero, no le asignaba valor a su palabra escrita. Dos temores lo atravesaban: el del dolor y el de la muerte. Borges conjetura que para eludir este último postuló la metafísica inexistencia del yo. En lo que concierne a la literatura, le importaba menos que el pensamiento y la publicación le era más indiferente que la literatura. Así, su vocación fundamental era la contemplativa y la persecución del desciframiento del misterio filosófico del universo. En 1928 se edita No toda es vigilia la de los ojos abiertos, a instancias de Raúl Scalabrini Ortiz y Leopoldo Marechal. Publica al año siguiente Papeles de Recienvenido. Durante este período, se preocupa por crear expectativas respecto a la posible aparición de la novela Museo de la Novela de la Eterna. En 1938 publica "Novela de Eterna" y la Niña del dolor, la "Dulce-persona" de un amor que no fue sabido, anticipación de Museo de la Novela de la Eterna. Tres años más tarde publica en Chile Una novela que comienza. En 1944 se publica una nueva edición de Papeles de Recienvenido. En 1947, Macedonio se instala en la casa de su hijo Adolfo, donde residirá hasta su muerte. Obras * No toda es vigilia la de los ojos abiertos. Buenos Aires, Manuel Gleizer, 1928. * Papeles de Recienvenido. Buenos Aires, Cuadernos del Plata, 1929. * Una novela que comienza. Prólogo de Luis Alberto Sánchez. Santiago de Chile, Ercilla, c. 1940, port. 1941. * Poemas. Prólogo de Natalicio González. México, Guarania, 1953. * Museo de la Novela de la Eterna. Advertencia de Adolfo de Obieta. Buenos Aires, CEAL, 1967. * Museo de la novela eterna / Macedonio Fernández; edición de Fernando Rodríguez Lafuente. Cátedra, 1995. * No toda es vigilia la de los ojos abiertos y otros escritos. Advertencia de Adolfo de Obieta. Buenos Aires, CEAL, 1967. * Cuadernos de todo y nada. Buenos Aires, Corregidor, 1972. 2a. ed. 1990. * Teorías. Ordenación y notas de Adolfo de Obieta. Buenos Aires, Corregidor, 1974 (Obras completas, vol. III). * Adriana Buenos Aires; última novela mala. Ordenación y notas de Adolfo de Obieta. Buenos Aires, Corregidor, 1975. (Obras completas, vol V). * Museo de la Novela de la Eterna; primera novela buena. Ordenación y notas de Adolfo de Obieta. Buenos Aires, Corregidor, 1975. (Obras completas, vol VI). * Epistolario. Ordenación y notas de Alicia Borinsky. Buenos Aires, Corregidor, 1976. (Obras completas, vol. II). Referencias wikipedia - http://es.wiukipedia.org/wiki/Macedonio_Fernández
Eugenio Florit y Sánchez de Fuentes; Madrid, 1903 - Miami, 1999) Poeta cubano. Inseparable, por contenido y vocación, de la gran literatura cubana del siglo XX, la obra y la vida de Florit se desarrollaron sin embargo en buena medida fuera de la isla, comenzando por su nacimiento europeo, hijo como era de una cubana casada con español. No obstante, cuando su madre regresó a La Habana, en 1917, Florit consolidó unos estudios hasta entonces desordenados (se licenció en derecho y eligió la carrera diplomática) y, sobre todo, descubrió su vocación central: con poco más de veinte años dio a conocer su primer libro (32 Poemas Breves), y ya integrado al grupo de la revista Avance, que aglutinó la notable eclosión de las vanguardias insulares, publicó Trópico (1930) y Doble acento (1937), uno de sus títulos más importantes, prologado con entusiasmo por J. R. Jiménez, primer aval que obtuvo entre el exilio español, que lo consideró uno de sus poetas favoritos (J. Guillén, P. Salinas y L. Cernuda respaldaron varias de sus obras posteriores). Todavía publicó Reino (1938) y Cuatro poemas (1940), antes de hacerse cargo del consulado cubano en Nueva York, al que renunció en 1945 para dedicarse a la docencia, que ejerció en la Escuela de Verano de Middlebury (Vermont), en la Universidad de Columbia y en el Barnard College neoyorquino, hasta su jubilación en 1969. Referencias Biografías y Vidas - http://www.biografiasyvidas.com/biografia/f/florit.htm
MANUEL M. FLORES (1840-1885) Manuel María Flores nació en San Andrés Chalchicomula, México. Estudió Filosofía en el Colegio de San Juan de Letrán hasta el año 1859, fecha en que abandonó sus estudios. Perteneció al Partido Liberal, luchó contra los franceses, estuvo preso en el Castillo de Perote. Cuando la república fue reinstaurada obtuvo el cargo de diputado, posteriormente formó parte del Liceo Hidalgo, además de pertenecer al grupo de escritores que encabezó Manuel Altamirano, quien escribió el prólogo de su primer libro; "Pasionarias" que fue publicado en el año de 1874. Este poeta romántico es considerado como uno de los más grandes representantes del Romanticismo Mexicano. Manuel, sostuvo una relación sentimental con Rosario de la Peña, mujer por quien se suicidó Manuel Acuña. Falleció este insigne poeta en el año de 1885. Después de su muerte, aparecieron sus "Poesías inéditas" en el año de 1910 y en el año de 1953 "Rosas caídas" (su diario). *** Prólogo al poemario "Pasionarias" de Manuel María Flores, redactado por Ignacio M. Altamirano. Prólogo EL POETA Corrían los años de 1857 y 1858, entre las porfiadas luchas del partido liberal y del partido reaccionario, que ensangrentaban la República y apenas dejaban tiempo para pensar en otra cosa que no fuese la política o la guerra. Yo estudiaba entonces Derecho en el Colegio Nacional de San Juan de Letrán y comenzaba mis ensayos en el periodismo. En el primero de estos años tempestuosos, dividía, pues, mi atención entre las contradicciones del Digesto, que no producían sino un diluvio de sutilezas en la Catedra, y las disputas irritantes de la política, que traían agitados a liberales y conservadores y provocaban la más sangrienta de nuestras guerras civiles. Por mas que yo fuese un escritor joven y bisoño en aquella época y a tal punto desconocido, que ni siquiera mi nombre aparecía en mis articulejos, había contraído relaciones nuevas en los círculos literarios o conservaba algunas antiguas de colegio con escritores ya renombrados o que se conquistaban una reputación en las lides periodísticas de actualidad. Así, mi humilde cuarto solía transformarse, por la afluencia frecuente de estos amigos, en redacción de periódico, en club reformista o en centro literario, que se aumentaba naturalmente con la asistencia de numerosos estudiantes curiosos y partidarios ardentísimos de la revolución. Con ellos nos dirigíamos muchas veces a las galerías del Congreso para asistir a las sesiones en que se discutía la Constitución y para aplaudir los elocuentes discursos de Ocampo, de Ramírez, de Zarco y de Arriaga, y para tomar nota de los esfuerzos que hacían el ministro Laíragua y la pandilla de falsos liberales contra las libertades humanas y políticas. Pero dando tregua a estos alborotos, que duraban, a veces, semanas enteras, lo más común era consagrarnos a las conversaciones literarias, en las que salían a relucir todas las reputaciones poéticas contemporáneas y todos los conatos de bella literatura que se hacían lugar de cuando en cuando entre los ruidos pavorosos de la matanza y la destemplada grita de los partidos. Esas sesiones no carecían de interés y hasta llegaban a tomar a veces el aspecto de una Cátedra o de una Academia, cuando las presidía alguno de los veteranos de la Literatura o de los campeones de la prensa militante, porque solían aparecerse por allí los amigos míos de quienes he hablado al principio. Marcos Arróniz, el apasionado cantor de Herminia, el excelente traductor del Don Juan, de Byron, que acababa de trocar su lira melodiosa por el sable reaccionario de Puebla, y que aprehendido después como conspirador, había sido encerrado en una prisión, donde, como el Tasso, había comenzado a perder el juicio. Él me pagaba las visitas hechas en su cárcel y asistía a nuestras reuniones melancólico y abatido, pero siempre hablando de poesía, con su sonrisa triste y su palabra fácil y elegante, que vibraba como si quisiese traducir la amarga pena que se revelaba en sus ojos profundos. ¡Pobre Marcos! Poco tiempo después, pero en aquellos mismos días, se encontró su cadaver en el camino de Puebla, junto al Agua del Venerable, sin saberse cómo ni por qué estaba allí. Sospechóse un suicidio. Tal vez. Pero se dijo también que caminando Arróniz, solo, por aquellos bosques plagados entonces de bandidos, pudo más probablemente ser asesinado por éstos. Así murió uno de los mas inspirados poetas de México, el aristócrata entre ellos por su educación europea, por sus hábitos y aun por sus opiniones. Nosotros, revolucionarios y demócratas, respetabamos siempre sus ideas, de que por otra parte se abstenía de hablar en presencia nuestra, y respetabamos todavía más su desgracia y su talento, nublado ya por la demencia. Arróniz había empapado su poesía en la poesía de Byron. El gran poeta inglés era su modelo, su maestro, su favorito. Como él, era hermoso, enfermizo y escéptico; como él, había amado mucho y había sufrido tremendos desengaños; como él también, manejaba bien las armas; pero al contrario de él, no amaba la Libertad, al menos la combatió sirviendo al dictador Santa Anna contra el pueblo, y se expuso después a todos los peligros, peleando valerosamente en la batalla de Ocotlán al lado de la reacción. Fueron vanos los esfuerzos de su gran amigo Zarco para atraerlo a nuestras filas. Estaba en la desgracia y rehusó, hasta que se trastornó su cerebro. ¡Pobre Marcos! Otro de los tertulianos era Florencio María del Castillo, que redactaba ya el Monitor Republicano y era muy conocido por sus bellísimas y sentimentales novelas, arrojadas en medio de esta sociedad envuelta en vapores de sangre, como blancas flores de aroma suave y dulce. Florencio escribía entonces su Hermana De Los Angeles, y en su calidad de redactor de uno de los periódicos más avanzados del día, era un contendor exaltado; pero su fisonomía móvil y nerviosa se trasfiguraba hablando de literatura, su risa perdía el caracter burlón que la hacía temible disputando, tornabase benévola como siempre, y con el argot gracioso que acostumbraba, decía cosas encantadoras de novedad. José Rivera y Río era el elemento de la contradicción literaria, y con sus arranques pesimistas o indignados, daba pábulo a la conversación. En eterna disputa con Juan Mateos, que ya era abogado, pero que seguía teniendo, como hasta hoy, el carácter estudiantil ligero, epigramático y burlón, Rivera y Río, serio y enfático, se irritaba como un niño oyendo las carcajadas sonoras con que Juan respondía a sus sentencias lacónicas como un apotegma antiguo. Terciaba siempre en tales disputas, dominándolas con su voz de trueno y su altiva figura dantoniana, Manuel Mateos, que a su turno traía siempre a mal traer al pobre Juan Díaz Covarrubias, que murmuraba con voz sentimental sus agudas respuestas. ¡Cosa singular! Aquellos dos jóvenes, el grande y hercúleo Manuel Mateos y el pequeño y pálido Juan Díaz Covarrubias, estaban siempre en discordia, y dos años después, debían morir juntos y abrazados en el cadalso de Tacubaya. Alguna vez, habiéndonos hecho amigos en las galerías del Congreso de Miguel Cruz Aedo, el ilustrado escritor y valiente soldado jalisciense, lo trajimos también a nuestro corrillo de Letrán, y mientras estuvo en México, formó en nuestras filas y encontró en nosotros un auditorio entusiasta para sus artículos dignos de Camilo Desmoulíns y sus discursos dignos de Saint Just. Aquel era el bello tiempo de los sueños de Libertad y de Poesía, de los propósitos generosos y de los juramentos revolucionarios que pronto iban a cumplirse, porque la guerra estaba allí para reclamar el cumplimiento de los votos juveniles. Nuestro círculo, mitad político y mitad literario, se ensanchaba cada vez más, admitiendo nuevos adeptos del mismo Colegio de Letrán. Ya figuraban en él desde el principio, Alfredo Chavero, Emilio Velasco y Juan Doria; los dos primeros, laboriosísimos estudiantes; el tercero, reservado, pero vehemente liberal fronterizo que ya había tenido tres o cuatro riñas a causa de las discusiones de la Constitución. Pronto vino a incorporarsenos un joven a quien estaba reservada una gran celebridad poética. Había entrado a principios de aquel mismo año de 1857, a cursar Filosofía en Letrán, como interno, un joven de diez y seis años, moreno, pálido, de grandes ojos negros, de abundante cabellera ensortijada y de aspecto triste y enfermizo. Paseabase en las horas de estudio con sus compañeros, en el corredor de los filósofos, pero sin llevar el libro abierto en las manos, como los demás, ni recitando su lección en voz alta, sino con el libro constantemente cerrado y debajo del brazo, taciturno, con los ojos clavados en el suelo y siempre sumergido en hondas meditaciones. No estudiaba, nadie lo conocía, no buscaba amigos, no tomaba parte en los grupos charladores que se formaban en las horas de recreo, sino que durante ellas se encerraba en su cuarto y allí permanecía sentado indolentemente y siguiendo con mirada distraída las espirales de humo de su enorme pipa alemana. Decididamente aquel joven era un misántropo, tal vez un enamorado a quien encerraban por fuerza en el colegio para apartarlo de aventuras amorosas, tal vez un negligente o un soñador, víctima de grandes pesares o presa de recuerdos palpitantes todavía. Los curiosos pronto lo asediaron. En el colegio es difícil que se mantenga por mucho tiempo un caracter envuelto en el misterio, y la juventud es eminentemente expansiva y confidente. A pocos días se supo que el joven misántropo era nativo del Estado de Puebla y que hacía versos, versos de amor melancólicos y apasionados. Como era natural, esta noticia se comunicó inmediatamente a nuestro centro literario; el joven me fue presentado por sus amigos y yo lo presenté a los míos, quienes lo recibieron con afecto fraternal, que se aumentó cuando le oyeron recitar con modestia, que llegaba hasta la timidez, sus enamoradas elegías. Aquel poeta soñador y ardiente era Manuel M. Flores. Desde entonces fuimos amigos; desde entonces comenzamos a gustar de esa poesía intensa y embriagadora que rebosan sus versos, como rebosan los aromas en las flores de los bosques tropicales. Había en esos cantos juveniles, suspiros apasionados y quejas audaces que nos causaban extrañeza. Eran los rumores vagos que anunciaban la erupción próxima de un volcan de amor y de poesía! Marcos Arróniz acababa de morir. Este joven lo sustituía al punto en la poesía elegiaca. Como aquel, estaba devorado por ese malestar indefinible, por esas aspiraciones al ideal que no se alcanza, por esa ansia de amor insaciable y por esa melancolía ingénita que se llamó en Europa, en otro tiempo, el mal de Werther. Pero Flores no tenía el espíritu nebuloso de Arróniz, que parecía perdido siempre entre las brumas del Norte, y la filosofía escéptica de Byron. En los versos del joven poeta erótico, no se sentían. aquellos dejos de amarga duda que producen la fiebre en Manfredo y el sarcasmo envenenado en los labios de Don Juan. No; en ellos corría la savia fecunda de la fe y del amor, a veces en la forma más sensual. Era la pasión despertándose poderosa y exigente en un corazón virgen. Los gemidos del desengaño vinieron después, y del corazón de Flores puede decirse con Enrique Gil: ¡Ay del corazón del niño Que se abrió sin vacilar, Sin reserva y sin aliño, Pidiendo al mundo cariño Y no lo pudo encontrar! En Flores, la tristeza de entonces era el crepúsculo matinal de la vida; la tristeza de Arróniz era una sombra de la tarde. En aquél, presentimiento quizá de los dolores del alma; en el último, la hez acre de los desengaños. Así comenzó Flores su existencia poética. Por lo demas, cuando no escribía o conversaba con nosotros, volvía a encerrarse en su silencio y se paseaba meditabundo, de modo que podía describirse él mismo, como Víctor Hugo a los diez y seis años. Y sin embargo de su indolencia y de que parecía no estudiar a ninguna hora, se presentaba a examen y salía bien. Pasó el año de 1857, y a fines de él estalló la guerra civil en la ciudad de México, que se prolongó hasta Enero de 1858, en que la reacción triunfante quedó apoderada de la ciudad que había abandonado a sus garras Comonfort, por una serie de debilidades y de torpezas increíble. Nuestro club, naturalmente, no volvió a reunirse, y trabajos tuvimos los estudiantes lateranos para sustraernos a la suspicacia de la policía. Todavía escribí yo, indignado, aquellos alejandrinos Los Bandidos De La Cruz, que eran muy malos, pero que en alas de la pasión de partido, volaron por toda la República, agitada entonces por los dos bandos. Manuel Flores, Juan Doria y otros diez estudiantes les hicieron su primera edición en la memoria, edición que sirvió para imprimirlos. Todavía Florencio del Castillo vino a leernos algunos folletos incendiarios, y Juan Díaz Covarrubias algunas estrofas que circulaban en los colegios; todavía Manuel Mateos y yo, escribimos una tarde, en los bordes de la fuente de Letrán, los atroces dísticos contra el Gobierno reaccionario; todavía nos vimos alguna vez reunidos en algunos cuartos de la Escuela de Medicina o del Colegio de Minería, que eran focos de conspiración en que mantenían el fuego revolucionario Francisco Prieto (hijo de Guillermo); Mariano Degollado (hijo de D. Santos); Ignacio Arriaga (hijo de Ponciano); Juan Díaz Covarrubias y Juan Mirafuentes. Pero se acabaron las reuniones : Miguel Cruz Aedo había volado a Guadalajara, en donde él precisamente salvó a Juarez de ser asesinado por los militares amotinados en favor de la reacción; Florencio del Castillo había sido desterrado de México por el Gobierno reaccionario; Manuel Mateos fue a unirse al ejército liberal; Juan Mateos y Rivera y Río se ocultaron o fueron presos. Sólo quedamos los demás, conspirando, escribiendo hojas liberales que se imprimían por estudiantes en una imprenta clandestina, o entreteniendo nuestra impaciencia política con el estudio de la Literatura. Flores, Velasco, Chavero, Doria y yo, pasabamos así el tiempo. Yo era entonces catedrático de Letrán y explicaba los clásicos latinos a Manuel Olaguibel, Juan Govantes, Diódoro Contreras, Manuel. Lares, Manuel Ticó, V. Canalizo, Pedro Miranda, Emilio Monroy y otros, hoy abogados, médicos, diputados, jueces, y entonces muchachos de catorce años. Entre aquellos clásicos había uno que no era de texto, pero que yo amaba y amo mucho todavía: Tíbulo, el tierno Tíbulo, el juez de los versos de Horacio: « Albi, nostrorum sermonuri candide judex, » cuyas elegías eran mi encanto. Entonces comenzaba yo la traducción de todas ellas, que esta es la hora en que no concluyo todavía, pero que publicaré un día de estos, con gran sorpresa de los que me creen tardío. Pues bien: leyendo y releyendo, saboreando y paladeando el suave y puro latín de este poeta del siglo de oro, como si paladeara una anfora de Sécubo o de Falerno, me sorprendí muchas veces de encontrar en las apasionadas elegías del cantor de Delia, la misma ternura, el mismo fuego, el mismo acento sensual que hacían tan atractivas las poesías de Flores. Y le comuniqué mi opinión sobre la extraña semejanza que encontraba entre su genio poético y el del poeta romano. Él se sonrió mortificado por la modestia. No conocía a Tíbulo. Era un Tíbulo americano, inconsciente de su semejanza con aquel autor de las penas amorosas. Era de la familia, sentía, amaba y cantaba como él, pero no conocía a su deudo de la antigua Roma. Yo no sé si lo ha conocido después, pero supongo que no lo necesitaba. Tenía una organización igual, una alma poética y triste, un caracter taciturno y propio para errar meditando entre las selvas. « tacitum silvas Ínter reptare salubres Curantem » mucha savia juvenil, un anhelo infinito de amar y ser amado, un corazón de fuego y muchas Delias en la sonrosada nube de sus sueños. Pero aquel estado de lúgubre sopor en que vivíamos le fue insoportable al fin. El colegio era para él una cárcel, la falta de libertad política que se respiraba entonces hasta en la atmósfera, lo asfixiaba; su alma joven y ardiente aleteaba en busca de espacio, de aire y de luz en aquella jaula, y al fin, dejó el colegio en 1859 y se fue a vivir la vida del bohemio libre, sin obligaciones, sin recursos, pero sin inquietudes y sin trabas. A poco dos negros ojos andaluces, que fascinaban y embriagaban, fueron los primeros que como dos soles disiparon por completo el crepúsculo de aquella vida juvenil. Y no volvimos a vernos por entonces. También nosotros todos fuimos dispersados por la borrasca política. Manuel Mateos y Juan Díaz Covarrubias, habían sido asesinados en Tacubaya, el 11 de abril de 1859 . La indignación, la furia se apoderó de todos sus amigos. Juan Doria partió para Nuevo León, Emilio Velasco para Tamaulipas, yo me fui al Sur. Todos nos volvimos combatientes o salimos al menos de esta repugnante y abrumadora atmósfera de tiranía que pesaba sobre México. También Flores tuvo que salir pronto de ella; también él tomó parte en la política liberal, y tan pronto como se vio libre de los encantos de su Circe, fue a combatir en Puebla en la primera oportunidad. Defensor siempre de su patria y de sus ideas, con la pluma y con la acción, supo en la guerra de intervención cumplir con su deber como soldado, y a consecuencia de eso, no tardó en ser perseguido y preso en el Castillo de Perote, por orden del general francés De Thun, comandante de Puebla. Permaneció encerrado en las mazmorras de la vieja fortaleza con su hermano Luis, por espacio de cinco meses, hasta que salió para ser confinado en Jalapa. Después ha tenido una suerte varia, pero ha seguido firme en sus opiniones democráticas, y por ellas ha merecido venir dos veces a ocupar una curul en la Cámara de diputados de la Unión, de la que hoy es diputado suplente siendo propietario en la Legislatura de Morelos. Pero ¡ay! ¡cuánto han cambiado los tiempos y cuanta tristeza causa recordar aquellos días de Letrán y aquel grupo querido a cuyo calor, como en un búcaro, nacieron las primeras Pasionarias! ¡Las tormentas políticas, la guerra, los pesares, el soplo mismo de la vida, han arrebatado ya del mundo a más de la mitad de aquellos entusiastas jóvenes que se reunían en un cuarto humilde de Letrán, soñando con la fama, la poesía y la gloria! Marcos Arróniz, suicida o asesinado en 1857; Manuel Mateos y Juan Díaz Covarrubias, fusilados en Tacubaya en 1859; Florencio del Castillo, muerto del vómito en Ulúa, en donde lo habían encerrado los franceses en 1863; Miguel Cruz Aedo, asesinado en Durango en el año de 1860; Juan Doria, el heroico batallador del Cimatario en 1867, muerto del corazón, en 1870, y Mirafuentes, muerto en el Gobierno del Estado de México, en 1880. Sólo quedamos Juan Mateos, que ha llenado el teatro de piezas dramáticas, la prensa de novelas y poesías líricas y las cámaras con el acento de su voz de tribuno; Alfredo Chavero, que habiendo sido, como el anterior, poeta dramático y diputado, vive entregado a la Arqueología; Emilio Velasco, que es hoy ministro de México en París; José Rivera y Río, que después de haber publicado poesías, novelas y libros de texto, se ha hecho ermitaño desengañado y triste, como el médico de H. Arnaud, y por último, el que servía de lazo de unión de aquellos muchachos y que hoy escribe este largo prólogo para el Benjamín de aquella familia, que está vivo también, pero triste, abatido, casi ciego, sin esperanzas, abrumado por grandes dolores recientes que han despedazado su corazón, y que si arranca todavía sonidos dolorosos de su enlutada lira y canta, es solo « Perché cantando il duol si disacerba, » como dijo el Petrarca. II SU OBRA Un joven escritor español de gran talento y de copiosa instrucción, D. Antonio Fernandez Merino, ha juzgado ya a Manuel Flores como poeta, y nada puede escribirse mejor y mas acertadamente después de lo que ha dicho en la Revista de Andalucía aquel excelente crítico. Ademas, Flores ha sido seguramente uno de los poetas mas leídos en México; la juventud recita con entusiasmo sus versos; las damas los aprenden de memoria, privilegio que no conceden a nadie; la prensa mexicana los ha comentado siempre con agrado y tributándoles merecidas alabanzas; sobre ellos y sobre Flores ha recaído ya un fallo de la opinión, que es unánime, y por él, Flores es uno de los primeros poetas eróticos de México. Puesto es ese que aquí y en todas partes se alcanza ya con suma dificultad; porque si el amor, ley del mundo, es tan vasto como él, y como él también tiene variados aspectos, la verdad es que su expresión puramente humana y poética, ha sido una fuente tan concurrida, que el manantial parece ya agotarse. Los poetas siguen cantando sus amores en todos los tonos y en todas las formas, y seguirán así, porque el amor seguirá inspirándolos hasta que el enfriamiento del planeta haga desaparecer de su faz a la raza humana; pero lo difícil, lo raro es que logren decir algo nuevo después de lo que han dicho los poetas eróticos del Asia antigua, de la Grecia, de la Roma del siglo de oro, de la Roma de la decadencia, los trovadores de la Edad Media, los imitadores del Renacimiento y los poetas eróticos modernos de todas partes. Lo difícil y lo raro es conmover después de que ellos han conmovido, encontrar un resorte, un rincón del corazón humano, después de que ellos los han registrado y usado todos; hallar un grito, una nota, un suspiro que no hayan resonado ya en la lira, en el salterio, en la zampona, en el arpa, en el laúd de los poetas de los tiempos pasados. Es verdad que no se puede exigir siempre lo nuevo y que el nihil sub solé novum es mas cierto en la poesía erótica que en otra cosa cualquiera; pero la novedad de la forma y de la expresión, la variedad de las lenguas, la diversidad de las razas y la evolución del espíritu al través de los tiempos y de los medios sociales, deben revestir, al menos, con ropaje nuevo, el sentimiento eterno que, como condición de existencia, ha agitado siempre al hombre. Y estas nuevas galas no consisten ciertamente en el juego pueril de la combinación métrica, ni en la extravagancia del título, ni en la exageración hiperbólica de los sentimientos, ni en esas mil bagatelas con que los imitadores vulgares disfrazan su falta de originalidad. Consisten en algo que sólo el talento es capaz de producir y que no alcanzan a obtener los rimadores vulgares. De modo que hasta para esta feliz renovación de la belleza creada por otros, se necesita del genio propio, so pena de ser como el joyero que en vez de dar mayor hermosura a una piedra labrada por un artista antiguo, la deforma y la apaga al engastarla en una alhaja moderna. Así, el que sabe crear o trasladar felizmente la belleza poética de otros países y de otras edades, es una rara avis en el mundo moderno y más todavía en nuestro país. En la América del Sur, la poesía amorosa, como toda poesía, ha florecido bajo aquel cielo ardiente y luminoso, como floreció bajo el bello cielo de la Grecia, y ha sorprendido y sorprende todavía con todos los encantos de una riqueza original. Pero ¿qué mucho que allí se haya mostrado fecunda la Poesía, si aquella turba de admirables cantores ha ido a buscar nuevos acentos e inspiraciones nuevas en los rumores armoniosos de las selvas seculares, en las riberas de los ríos majestuosos, en la contemplación de sus montañas gigantescas coronadas por la nieve o por el humo de los volcanes, en la orilla de los mares solitarios, en el silencio solemne de las Pampas y en el fuego de las vírgenes morenas, de ojos negros, de boca de granada, de cintura cimbradora y de pie breve, que aman como gacelas y que odian como leonas.? El nacimiento de la poesía sudamericana ha sido un verdadero Génesis, y no la reproducción del arte antiguo implantado en el Nuevo Mundo. La libertad la hizo germinar en un suelo virgen, la fecundó el sol de los trópicos y la guerra la arrulló en su cuna con sus estrépito terribles y con sus himnos de gloria. Es fiera y original esa poesía sudamericana, y para estimarla en su justo valor es preciso considerarla como poesía primitiva, por más que su forma tenga algo de común con la poesía moderna. Así, aunque Andrés Bello haya cantado en lengua castellana la Agricultura De La Zona Tórrida, y haya manejado como un antiguo el plectro griego, en su lira no vibran los acentos de ningún poeta europeo; las Geórgicas mismas palidecen ante las mágicas bellezas de la Oda sublime, Horacio es tibio y raquítico, Lucrecio parece incompleto y las fantasmagorías de Píndaro bajan a ocultarse en el polvo de Olimpia. Bello no tiene ascendientes ni maestros en la poesía europea, y en cuanto a la lengua poética que usa, puede decirse de él también que ha dorado el oro y perfumado la rosa. Apenas si lo tiene en Hornero el cantor de Junín ; pero si en la voz del Hornero colombiano se escucha a veces una armonía semejante a la armonía antigua, esa semejanza debe buscarse solamente en la Ilíada y no en ningún poema épico de otra edad. Olmedo también es un patriarca. ¿Y Juan Carlos Gómez? Pues qué, ¿los alejandrinos del bardo oriental a La Libertad, o los cantos de dolor que resuenan en su arpa templada en la soledad melancólica de las pampas uruguayas, tienen algo de parecido en la poesía antigua o moderna? ¿Y José Mármol? El apostrofe a Rosas no se expresa con acentos conocidos en ninguna lengua. El poeta argentino los ha arrancado del huracán que agita las selvas de los Andes, del aliento destructor del Pampero, del ronco estruendo del Tequendama, de los tumbos del mar embravecido, del mugido pavoroso del Chimborazo y de la catarata de truenos de las tormentas americanas. Buscad la explosión de cólera fulminante de Mármol en la poesía antigua, y no la encontraréis. Los Rosas no han faltado en ninguna parte, pero la lira de ese gran poeta honrado no había sido dada por el numen a ningún mortal, ni aun a los profetas iracundos de Israel. Juvenal agitaba el látigo, pero no lanzó rayos jamás. Los poetas no se habían sentado nunca en el trono de Júpiter. Después de Mármol en América, Víctor Hugo ha lanzado en Europa apostrofes parecidos; pero antes que él, en vano sería escuchar el eco de las cóleras antiguas. ¿Y los cantores de amor? Los cantores de amor son también hijos de la virgen naturaleza americana, abrasada por el sol. Sus idilios tienen el aroma salvaje de las grandes florestas, el color del cielo inundado por la luz y el sabor de las frutas que destilan miel. Esos poetas no son plásticos solamente como los griegos, ni sensuales como los latinos, ni místicos como los trovadores, ni hiperbólicos como los árabes, ni libertinos como los franceses, ni sombríos como los alemanes. Son castos aunque ardientes, dulces aunque bravíos y conceptuosos, a pesar de su graciosa sencillez. La poesía amorosa sudamericana, es una poesía sui generis, mezcla singular de la fiereza galante española y de la dulzura melancólica del indio. Abigaíl Lozano, tiene por alma una sensitiva; sus elegías son quejas de paloma enamorada y escondida entre los bosques; Esteban Echeverría, el cantor de La Cautiva, es el soñador de las llanuras del desierto y del océano; Adolfo Berro, es el cantor de los dolores americanos; Acuña de Figueroa, traduce en sus cantos las armonías del pueblo oriental; Luis Domínguez, canta la majestad del Ombú, Ricardo Palma, las penas del pueblo de los Incas, y Jorge Isaacs, el dulce y triste historiador de María, así como ha encontrado a la Fatalidad antigua oculta entre las selvas del Cauca, ha encontrado también en ellas nuevos acentos de amor para Saúl. Pues bien; estos son, y otros muchos, los creadores de la poesía americana del Sur. Ellos han sabido ser originales, porque en vez de imitar palida y fríamente la manera poética europea, han buscado en su país de América y en su propio corazón, la fuente de sus inspiraciones. Los hablistas, los castizos, los gramáticos empeñados a toda costa en emparentar a los poetas sudamericanos con los poetas españoles, como se empeñaban a todo trance los frailes del siglo XVI en emparentar a los indios autóctonos con los judíos, encuentran sendos defectos de lenguaje en estos cantos de una poesía virgen y exuberante de juventud. Si meditaran un poco, comprenderían que los poetas sudamericanos han roto adrede las ligaduras de las reglas para crearse una lengua propia en que expresar sus pensamientos, en que dar nombre y cabida a los objetos de su país; la lengua debe reflejar la naturaleza, el espíritu y las costumbres de un pueblo, y la lengua española castiza era ya pequeña para reflejar la naturaleza, el espíritu y las costumbres de los pueblos americanos. Desde temprano la mezcla de las razas, el contagio de las lenguas y la necesidad o el hábito, dieron un caracter peculiar al idioma de estas naciones mezcladas, y en materia de lenguaje, ya se sabe que los pueblos no aguardan nunca el fallo de las Academias. . Ellos son sus propios legisladores y oráculos. Los pueblos americanos tuvieron su lengua, después tuvieron sus libertades y sus instituciones políticas, luego tuvieron su literatura. Asumieron su derecho en materia de nacionalidad y pudieron asumirla en materia de idioma. No ha procedido de otro modo España, después de que se ha ido emancipando de la dominación de los cartagineses, de los romanos, de los barbaros y de los árabes. No seguirá procediendo de otro modo al aceptar la invasión de los modismos científicos de la lengua alemana o de la lengua griega, de los modismos artísticos y literarios de la lengua francesa y de los modismos industriales de la lengua inglesa. Las lenguas castizas son estatuas modeladas en diferentes barros: ¿por qué no ha de formarse una en cada nación de la América latina? Los poetas sudamericanos la han levantado ya y la adoran. Por eso han sido y seguirán siendo originales. ¿Sabéis ahora por qué lo es también la obra de Manuel Flores? Porque el vate mexicano no es hijo de la vieja literatura europea. Desde su edad temprana, sintiéndose poeta, ensayando todavía sus primeros cantos, se encontró con los poetas que acabamos de mencionar y que eran nuestra lectura favorita en el círculo juvenil de Letrán. Allí pudo admirar a esta virgen que no se presentaba con los atavíos de cien civilizaciones muertas o decadentes, sino con los encantos nuevos de nuestra robusta naturaleza. Y entonces Flores que, siguiendo las inclinaciones de la juventud casi siempre propensa a imitar, pudo seguir las huellas de Espronceda o de Bermúdez de Castro (que a su vez seguían las de Goethe o de Byron), o las de Arolas o de Zorrilla, como lo hacían muchos jóvenes de su tiempo y como lo hacen hoy los del nuestro, imitando a Víctor Hugo, a Heine o a Becquer, se detuvo a pensar y pensó bien. Pensó que procediendo como procedían los poetas sudamericanos, esto es, buscando el quid divinum, no en escuela ninguna, sino en la inspiración libre del alma americana, en medio de los deseos, de las tristezas o de las aspiraciones de nuestro mundo social, encontraría la fuente de la originalidad que necesitaba para desencadenar su numen, se dejó arrebatar por él y fue poeta, como los poetas de la América del Sur, osado, extraño, original. Eso ha hecho pensar que su estilo poético participa de todas las escuelas, sin reproducir ninguna con su caracter peculiar. En efecto, la originalidad en literatura tiene algunas semejanzas con todo lo conocido. Pero justamente la vaguedad de estas semejanzas y la variedad infinita de ellas, prueba que no ha habido molde en la creación y que ella es hija de un caracter propio y fuertemente individual. Tales son los cantos amorosos de Flores y tales son también sus odas patrióticas, sus elegías desesperadas, sus sátiras pesimistas y hasta sus ligeros epigramas, que como una suave sonrisa alegran de cuando en cuando la fisonomía de sus versos, o encendidos por la pasión o nublados por una inmensa tristeza: ¡las sombras del ocaso del alma! Alguna vez el bardo mexicano va a tomar el pétalo de una rosa, pero sólo un pétalo de la ardiente copa del amor antiguo, para ponerlo en el borde de la suya; pero ya a tomarlo en la poesía primitiva, en la Pastoral De Sulem, entre los suspiros impacientes de la pasión virgen. Bésame con el beso de tu boca. Esa es una gota de esencia que se confunde en la esencia embriagadora del Cantar americano. Cuando Flores imita o traduce, lo expresa. Horacio, Dante, Shakespeare, Lessing, Víctor Hugo, Quinet, Alfredo de Musset, son extranjeros para nuestra lengua, pero Campoamor no; y cuando. Flores quiere, por descanso o por capricho, imitar una manera extraña y aplaudida como la Dolora, lo dice. Por lo demas, como traductor, es fiel, elegante, y en sus manos, lo piedra preciosa de que hablamos antes, adquiere mayor brillo. Las traducciones solas bastarían para darle un nombre, si el título primero para conquistarlo no consistiera en su propio talento. Como sus hermanos los americanos del Sur, también ha hecho su manera de hablar. Le reprochan dulcemente unos críticos, y son los más autorizados, y magistralmente otros, y son los menos literatos, algunos defectos de prosodia. Enhorabuena. Manuel Flores los comete también de propósito, porque consistiendo en la manera de computar los diptongos, no se necesita de mucha ciencia prosódica para conocerlos y para evitarlos. Pero el poeta quiere hablar la lengua de México, y lo singular del caso es que los mexicanos leen sus versos como él quiere, y el ritmo y la cadencia suenan bien. Yo no justifico estos defectos, y siento que Flores se obstine en ellos. ¡Líbreme el cielo, además, de incurrir en la cólera de los puristas! Pero no me indigno ante pequeñeces pueriles, y sobre todo, me agrada más la grandeza virgen de las selvas y de las montañas, que la simetría recortada de los jardincillos ingleses y que la figura grotesca de los montículos artificiales. La belleza poética hace olvidar el defecto prosódico. ¡Quién sabe si fue puro el hebreo del Cantar De Los Cantares! El exegeta Kuenen ha probado que las profecías de Daniel estaban inficionadas de caldaico; el Dante corrompió el italiano para crear la lengua poética, como Lutero el alemán para traducir la Biblia; la aljamía endulzó los primeros versos castellanos, como el dialecto bajo hizo enérgicas las expresiones de Shakespeare y armoniosas las frases de Cervantes. Los cantos de Netzahualcóyotl tenían seguramente las inflexiones tetzcocanas, que eran impurezas en la lengua de los méxicas. ¿Quién pide ortografía a los Eddas, la medida italiana a las baladas del Norte y el ritmo latino a las coplas de Jorge Manrique? Pero no es necesario decir tanto. La armonía de los versos de Flores desaparece ante la magia de su ardiente poesía, pero encanta por sí sola. Los tropiezos prosódicos son pocos y en los labios mexicanos son ningunos. Cuando un gramático habla de ellos a una dama o a un joven, éstos sonríen graciosamente y recitan con delicia las coplas. ¡He aquí la poesía!... Ella sola, ella es la aureola que rodea esa frente, hoy pálida, abatida y enferma de pesar y de amor; ella es el consuelo único de ese espíritu en que se han apagado uno a uno los luceros de la esperanza, como se van apagando ante los ojos del poeta los astros del cielo; ella hará su nombre inmortal y querido en la patria mexicana y donde quiera que palpite un corazón sensible. Ignacio M. Altamirano. México, noviembre 25 de 1882. Referencias http://www.los-poetas.com/i/floresbio.htm
Augusto Ferrán y Forniés (Madrid, 27 de julio de 1835, - Madrid, 2 de abril de 1880), poeta español del Postromanticismo. Hijo de padres acaudalados, era de ascendencia catalana por su padre, Adriano, un barcelonés incinado a la pintura, y aragonesa por su madre, Rosa, oriunda de Pallaruelo, Huesca. La empresa familiar consistía en un taller de molduras doradas en Madrid. Su padre se marchó a La Habana buscando mayor fortuna y Augusto comenzó estudios secundarios en el Instituto del Noviciado. Su formación se completó con un fructífero viaje a Alemania (Múnich, Estrasburgo, Heidelberg), pasando por París, lo que le permitió conocer la poesía de Heinrich Heine y los lieder de Franz Schubert, Felix Mendelssohn-Bartholdy y Robert Schumann; parece ser que también se dio a la bebida. En 1859 falleció su madre y regresó a Madrid; allí creó una revista, El Sábado, con el fin de divulgar la lírica germánica, que duró poco; sin embargo eso le permitió conocer y amistar con el folletinero Julio Nombela. Con este fundó otra efímera revista, Las Artes y las Letras. En 1860 viajó a París con Nombela, pero las dificultades económicas y su ruina a causa de su prodigalidad, que le hicieron caer en manos de usureros, le hicieron volver a Madrid, donde Nombela le presentó a su amigo Gustavo Adolfo Bécquer, con quien enseguida sintonizó. A fines de 1861 El Museo Universal publicó sus Traducciones e imitaciones del poeta alemán Enrique Heine y algunos de sus cantares en su Almanaque de 1863. Ingresó como redactor en El Semanario Popular, que se convirtió en la plataforma para la difusión de Heine en España. En 1861 ya había aparecido su libro La soledad, en cuya primera parte reproducía algunos cantares populares de la lírica tradicional que en la segunda compuso originales, imitando su estilo e inspiración. Son temas recurrentes en estas últimas coplas la búsqueda de soledad para huir de un mundo hostil, la oposición entre pobres y ricos, el paso del tiempo, la angustia existencial y el amor. El libro recibió una entusiasta crítica firmada por Gustavo Adolfo Bécquer, que fue añadida como prólogo en ulteriores ediciones. Creó, pues, con el cercano precedente de Antonio de Trueba y su Libro de los cantares de 1852, y junto a Eulogio Florentino Sanz, también traductor de Heine, y su amigo Gustavo Adolfo Bécquer, una poesía popularista centrada en los cantares y al mismo tiempo deudora del postromántico alemán Heinrich Heine. Siguiendo el ejemplo de estos autores inspirados en el volkgeist nacional se añadieron además Terencio Thos y Codina (Semanario Popular, 1862-1863), Rosalía de Castro (Cantares gallegos, 1863), Ventura Ruiz Aguilera (Armonías y cantares, 1865), Arístides Pongilioni y Villa (Ráfagas poéticas, 1865), Melchor de Palau (Cantares, 1866) y José Puig y Pérez (Coplas y quejas, 1869). Esta escuela desembocará en el Neopopularismo de la Generación del 27. Pasó parte de 1863 en el Monasterio de Veruela, que había visitado en anteriores ocasiones. Durante algún tiempo residió en Alcoy, donde dirigió el Diario de Alcoy (1865-1866), pero volvió a la capital, quizá para colaborar en La Ilustración de Madrid, que en 1868, año de la revolución, dirigía Bécquer. Muerto el poeta sevillano, trabajó en la edición póstuma de sus Obras (1871) junto a Ramón Rodríguez Correa y Narciso Campillo. En el mismo año apareció su segundo libro de cantares, La pereza, que recoge el anterior con algunas supresiones, y varios artículos periodísticos. Es un libro de similar métrica popular, pero posee una mayor variedad, porque además de las coplas se utilizan soleás, seguidillas y seguidillas gitanas. Los temas son similares, pero se supera el folclorismo de su libro anterior. De este libro le gustaba en especial a Juan Ramón Jiménez este poema, que más de una vez quiso citar: Eso que estás esperando día y noche, y nunca viene; eso que siempre te falta mientras vives, es la muerte. En 1872 o 1873 emigró a Chile, donde se dedicó al comercio de libros y, según Nombela, se casó. Poco después de su regreso, en enero de 1878 el alcoholismo del poeta le obligó a ingresar en el manicomio de Carabanchel (Madrid), donde murió el 2 de abril de 1880 a los 45 años de edad. La poesía de Ferrán supuso una ruptura con el tono declamatorio hasta entonces cultivado y del cual es figura representativa Quintana. Es un registro mucho más cercano al lenguaje oral; la forma adelgaza y se persigue un contenido intimista o francamente sentimental que se apoya en los valores de lo breve y sugerido. Esta línea será seguida por poetas tan importantes como Bécquer, Machado o Juan Ramón Jiménez. En prosa publicó traducciones del alemán y algunas leyendas. Sus traducciones de Heine aparecieron en El Museo Universal (1861), en El Eco del País (1865) y en La Ilustración Española y Americana (1873). En ellas suele utilizar las mismas combinaciones de heptasílabos y endecasílabos que utiliza Bécquer. También tradujo el famoso prefacio de Heine a la traducción del Don Quijote. En cuanto a las leyendas, "Una inspiración alemana" describe la historia de los sucesivos amoríos frustrados de un poeta, que se refugia en el recuerdo y se plantea el suicidio. En "El puñal" se cuenta la fundación mítica del monasterio de Veruela. En "La fuente de Montal" un crimen se descubre milagrosamente a través de una fuente. Poesía * La soledad (1861) * La pereza (1871) Prosa * "Una inspiración alemana", en Revista de España, (marzo de 1872). * "El puñal", leyenda pubicada en El Museo Universal de 1863. * "La fuente de Montal" (1866) Wikipedia Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Augusto_Ferrán
Nicolás Fernández de Moratín, entre los Arcades conocido por el nombre poético de Flumisbo, (Madrid, 20 de julio de 1737 – Ibid., 11 de mayo de 1780) fue un poeta, prosista y dramaturgo español, padre del también dramaturgo Leandro Fernández de Moratín. Nació en Madrid, en el seno de una familia de origen asturiano. Estudió en el colegio de los jesuitas en Calatayud y posteriormente en la Universidad de Valladolid. Ejerció la abogacía en Madrid. Fue miembro de la tertulia de la Fonda de San Sebastián, a la que también asistían José Cadalso, Tomás de Iriarte e Ignacio López de Ayala. Fue socio también de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, y de la Academia Romana de los Árcades. Desde 1773 desempeñó la cátedra de Poética del Colegio Imperial de Madrid. En 1764, para dar a conocer sus versos, publicó el periódico El poeta. Al año siguiente publicó un extenso poema didáctico, de tema cinegético, titulado La Diana o arte de la caza. Fue probablemente a principios de la década siguiente cuando compuso otro poema didáctico, de tono burlesco, el Arte de las putas o Arte de putear, que circuló manuscrito, y fue publicado por primera vez en 1898, más de cien años después de su muerte. Su obra teatral comprende una comedia, La petimetra (1762), y tres tragedias: Lucrecia (1763), Hormesinda (1770) y Guzmán el Bueno (1777). Concebía el teatro, dentro de los ideales del neoclasicismo, como escuela de formación ética, y participó en las controversias que en la época tuvieron lugar sobre el teatro clásico español en sus tres folletos Desengaños al teatro español (1762–3). Fue uno de los pocos intelectuales del siglo XVIII interesados en la tauromaquia. Uno de sus poemas más conocidos es el titulado «Fiesta de toros en Madrid», escrito en quintillas. Dedicó una oda pindárica al torero Pedro Romero. Sobre el tema taurino escribió también, en prosa, el folleto Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España (1777). Cultivó, entre otros géneros líricos de raigambre clásica, el epigrama. Es muy citado el titulado «Saber sin estudiar»: Admiróse un portugués de ver que en su tierna infancia todos los niños en Francia supiesen hablar francés. «Arte diabólica es», dijo, torciendo el mostacho, «que para hablar en gabacho un fidalgo en Portugal llega a viejo y lo habla mal; y aquí lo parla un muchacho». Referencia Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Nicolás_Fernández_de_Moratín