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Final

Yo soy Rafael Alberti, el que trabajó un tiempo en gongorinos mármoles la forma de su voz. El que haciéndose huésped becqueriano de las nieblas se agarró en lucha desesperada con los ángeles, cayendo al fin herido, alicortado, a la tierra. El que aún tuvo fuerzas para lanzarse, flamígero, de súbito, precipitándose en las calles enfebrecidas de estudiantes, en las barricadas de los paseos, frente a los caballos de la guardia civil y los disparos de su fusiles. El que descubre entonces dos palabras: Libertad y República, a las que empuja con España toda hasta inscribirlas en los muros del palacio del rey.
Yo soy Rafael Alberti, pero ahora en Berlín, oyendo el patear de las escuadras nazis por las plazas y calles aterradas; viendo el relampagueo, en la noche de luto y de ceniza, del Reichstag llameante; entonando la última internacional con los obreros del barrio de Weding ensangrentado, pero oyendo también bajo la nieve moscovita los cantos de la guardia del Ejército Rojo hacia el solemne mausoleo de Lenin.
Yo soy Rafael Alberti, ya aclarado, exaltado, purificado, viajero por las islas y tierra firme del Caribe, atada las gargantas, hasta casi cortarle el respiro, por las bandas y estrellas de la bandera del imperialismo. El que vuelve a su patria como poeta en la calle, a nivelar su voz con la del pueblo, a ser suyo en la lucha, a contarlo, ayudarlo, sostenerlo.
Yo soy Rafael Alberti, salido al mundo, desterrado, con parte de su heroico pueblo. Dolor, dolor sinfín de los campos franceses y africanos de concentración. Dolor de distanciarse de su cautivo corazón traspasado. Dolor de tantas cosas. Dolor, dolor, dolor.
¿Quién es ese que ahora, después de atravesar el océano peligroso, infestado de submarinos de la cruz gamada, arriba una mañana a las costas de América?¿Quién el que pone el pie en el Río de la Plata, el alma dolorida pero aún alta la frente y en la mano el ya recién nacido clavel de la esperanza? Arde, retumba el mundo por sus cuatro costados. La muerte silbadora baja desde las nubes. Reina la ley del sobresalto, del ansia, de la angustia. Hasta que, al fin, de los escombros, de la sangre aplastada de las ruinas, del centro más oscuro de la noche, esplende el alba de la paz, el jubiloso sol de la victoria.
¿Paz, Paz, Paz! Yo soy Rafael Alberti, el español errante, desterrado, que como tantos miles empieza ya a perder la cuenta de los años. El que ahora pide Paz, grita ¡Paz! ¡Paz luminosa para todos los hombres de la tierra! El que anima a su pueblo y otros pueblos a ganarse la paz en el combate ciego por lograrla. Paz en los mares. Paz bajo los mares. Paz en los hondos cielos cruzados de astronautas. Paz armoniosa. Paz maravillosa. Espigas de las puntas de los dedos. Palomas y palomas de todos los olivos del orbe.
Yo soy Rafael Alberti, un poeta español, una voz fervorosa en esas muchedumbres...

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