No te lo dije entonces pero que fortuna fue el haber compartido la tarde contigo.
Cuando entre el polvo y el calor azotador de la tarde, caminabas a mi lado, con tu melena negra, con tu cuello agudo, con el sol y la luna sobre el bronce desnudo de tus hombros .
Ibas a mi lado, andando ligera, con tus blancos pies de niña sobre la tierra árida, oyendo mis palabras, silenciosa, obediente, profunda, como mujer de fé que hace de la locura de su hombre sabía profecía.
Y qué momento más mágico, el saberte ahí a mi lado, siguiéndome entre caminos desiertos, entre las ramas secas del invierno, entre el sol y el polvo para perdernos de la multitud de las horas, para romper ese mar asfixiante de la rutina, y construir una historia fuera del tiempo, fuera de la ciudad, sembrar juntos esa flor mágica, el momento eterno de nuestro amor en el jardín de la memoria del mundo.