Santiago Jimenez Teran

La Libertad

Miro el mundo anonadado.
Todo parece inverosímil; tan lúgubre,
tan patético, tan poeta triste,
marchito y  cansado.
 
¡Cuán miserable el mundo, cuán miserable el hombre
y que tan poco vale, que guarda su desgracia—cobarde—
bajo una falsa inocencia de ignorante.
Manso rebaño que no razona y es esclavo! Lamentable mansedumbre...
 
Que más aflige, que más pena infunde
que os priva de sentido sentido la vida,
y se vuelve tan avasallante esa grotesca certidumbre.
Que tan atrozmente, con tal desasosiego,
os a degrado tan sólo a un ser inhumano
y desalmado.
 
 
Tiro al aire una moneda.
Juegace todos los días alguna suerte
que pende de algún hilo. algún precio.
Una apuesta que quizás a ningún destino acierte,
y al final de la jura sólo estará el aportador
lamentándose, flagelándose y dándose golpes en el pecho.
Es el precio de la libertad, que al igual
que el hombre poco vale.
Se juega aquí mi suerte,
se juega el universo en su suerte,
el azar del destino y los sueños del soñador.
¡Se juega hasta de la vida la muerte!
Y luego no queda sino padecer,
pues el hombre es un ludópata empedernido
que juega hasta con la vida aun cuando no fuera la suya.
A nadie le queda nada más allá del infortunio,
pues el mundo es una trampa de azares
en los que se va y se viene...
Nadie tiene destino asegurado.
Si al final todos vamos a dar al mismo hueco.
Si allá en el horno nos vamos a encontrar.
A nadie le queda nada más allá de la muerte...
Más allá de los sueños...
Más allá de la vida...
Más allá de la muerte.
 
Este mundo es inverosímil,
más lo inverosímil no es es de este mundo,
éste es quizás—aunque cueste creerlo–
un mundo onírico en donde lo real se hace inverosímil
por parecer ficción o sueño.
 
Pues sueña todo aquel que vive.
Sueña el que padece.
Sueña el que teme.
Sueña el gallardo.
Sueña el que ante el anhelo de sus sueños perece.
Sueña todo aquel que se ha atrevido y ha soñado.
Que poco cuesta soñar,
pero cuesta mucho hacer el sueño realidad.
Ah, si tan sólo el mundo soñara con la libertad,
en lugar de sólo presentirla como utopía;
Anhelo inalcanzable.
Si tan sólo—y razonable—
comprendiera que la libertad no vale,
que si bien es algo que se puede vender pero no comprar,
vale lo que esté dispuesto el hombre a pagar.
Que si bien, es como las estrellas;
magnánimas y sin dueño,
no se compra si no que se lucha por ella.
Ah, pero el mundo vive engañado y en sueños.
 
Sueña que está soñando que sueña mientras sueña soñar.
He aquí el mismo sin fin ni definición alguna;
Yace preso, preso de sí mismo, de su amargura;
Un mismo ser sin nombre y sin razón;
Que si bien parece humano,
Carece de alma y de corazón;
Pues no está en este mundo, está soñando,
y mágicamente la única cosa viva y consciente son sus manos.
No narra más que inconsciente el sueño que constante,
aciago sueña cada noche, y que resulta ser su vida
en todo caso hecha sueño o realidad;
Es la historia de un preso, de un esclavo,
O si se dice mejor, un esclavo que es preso por sí mismo,
Por su propia libertad.
La primera imagen el galeón de algún negrero
que atraca en un puerto repleto de hombres blancos
ansiosos y expectantes, mientras tras vitoreos y aplausos
gritan con fervor: ¡QUE VIVA CHANGÓ!
Sin embargo, la emoción se desvanece cuando notan
que la embarcación esta vacía  y que ellos son los negros,
esperando a ser tripulantes del galeón.
La segunda: Una jaula dentro de un ave.
Y la tercera y la que más relevancia parece tener:
Un preso que escribe sobre
un preso que se halla preso por sí mismo
y que escribe sobre un preso que se halla preso por sí mismo
cuya ocupación es la de escribir sobre un preso que se halla
preso por sí mismo y que escribe infinitamente sobre
un preso preso de sí mismo, de su propia libertad,
que escribe sobre el peso, el inefable
e inconmensurable peso que se lleva en el alma;
el peso de la libertad, peso que carga el preso de la libertad.
El peso que presa al preso de su propia libertad
 
Se hacen agua los ojos mientras lanza al aire
toda clase de injurias y blasfemias,
mientras maldice y se maldice, repitiendo la sentencia
de su aciaga suerte que no es otra que la muerte,
la que invade hasta sus vísceras al despertar:
Eres esclavo. ¡Esclavo!
Esclavo eres; Esclavo eres de tu desgracia, de tu tristeza.
Esclavo eres de tu propia libertad.
 
 
La moneda cae, vertiginosa, sobre la palma.
No hay importancia si cruz o cara,
apenas si importa el precio con que el hombre
pueda comprar o vender su libertad,
Pongo un centavo en la ranura,
sólo un centavo; vale la libertad,
que el pobre por un mísero centavo,
le entrega su vida al rico para poder comprar el pan,
un centavo sólo eso vale la libertad.
No es más que un hombre manso y resignado,
sin ningún motivo que haga valer la pena vivir.
Alguien sin nombre, sin memoria, sólo una cifra,
que parece no sentir.
Y al final será borrado, y al final será olvidado.
 
Dejo también en la ranura ese sinsentido,
esa tragicomedia que es la vida. La miseria.
Y el hombre—tan ojos de perro, agazapado, cabeza gacha—;
ha de morir aplastado por una lágrima.




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