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Yo y ello

¡Al espejo!

Yo pensaba y ello hacía. Ambos sentían pero el uno más tarde que el otro. Ello era el otro, yo era uno: así se entendían, adolecían su recíproca ironía. A veces, ello no hacía; yo divagaba y discontinuaba la relación que el ello otorgaba. Ello era el producto de su yo; el proceso de enajenación. La divagación era presunta de ser susceptible para el yo dada su naturaleza interna: al ello le resultaba irracional concebir su yo de la forma en la que este se quería. Ello no podía ser yo, sólo principiaba la imaginación de él, secundaría su resultado siendo este su reflejo...

¡Todo esto pasaba
mientras yo y ello
al espejo se miraban!

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