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Oda al embelesamiento

Siempre se tienen historias de las palabras. Cada vez que descubrimos algo nuevo, la mente nos juega la mala pasada de recordar esa novedad como una verdad, lo irrefutable.

Resulta, pasa y acontece que el embelesamiento no lo descubrí contento. A mí llegó el término, dejándome en un estado atónito y desamparado, increíblemente mal parado. No supe como el embelesado pasado se fue apropiando de mi presente latente; tampoco preví que todo aquello que ví, y versé, se fuese a quedar en los ecos del olvido. Del pasar lo ya dejado atrás. Para mí, ¡el atrás era el paso que daba hacía adelante!

Esta no es una oda cualquiera. Es la oda irónica de contemplar la belleza de la esfera. Tierra que no contempla si no más bien desentierra los pasados mal perdonados. Perdonar es dejar atrás, en lo sucedido, el absoluto sentido. Perdonar mal es dejar adelante, en lo acontecido, el incierto sentido. ¡Nunca he perdonado! Porque he sido yo quien en su juicio ha querido ser perdonado, ilusionado con que el perdón floreciera en otro jarrón que no fuera el mío.
Y cómo perdonar el pasado más amargo si no simplemente olvidando, superando y avanzando. Explorando que el todo se sumergió en un irrefutable pasado del que hoy añoro haberlo aceptado y madurado.

Al embelesado le declaró que lo bello e idílico se perdió en el pasado. Toca confrontar bajo otro estado el presente que arremete y busca nuevos cambios, nuevas formas y personas. No se puede ser un embelesado del pasado y mantenerse sobrio en lo añejado... sí se puede ser un presente embelesado que se mantiene despierto en su sueño imaginado. Solo falta soñar e imaginar que el mal ha pasado, que el bien mutó en su cambio, que el yo se reencontró con su yo extraño y extraños ya no son, ya conocidos son.

(se conocen de antaño).

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