Las húmedas terrazas dominaban
el templo, la planicie entre dos mares,
superpuestas, azules, triangulares.
Simétricas estatuas deslizaban
sus fragmentos de mármol por la nieve
—fueron torsos de Apolo, manos anchas
que el musgo ha devorado con sus manchas–
fresca, trazando un laberinto breve.
Los cuerpos arrastrados por el río
han quedado en la arena sepultados
bajo las piedras nítidas del lecho.
En el delta una mano, el globo frío
de unos ojos han sido rescatados.
y más allá una frente, un brazo, el pecho.