Llueve, llueve tanto, que ya no puedo ni mirarme, como una eternidad de agua muerta, golpeándome los hombros, hundiéndome en tu memoria, clavándote en mis entrañas, frías y cansadas.
Llueve como ya llovió ayer, fría, aplastante, desoladora, impávidamente llueve y me congela. Aquel sol que me encandilaba, cuando abrías grandes los ojos, aquella resolana que abofeteaba mi cara, y dibujaba al instant
e, una sonrisa que parecía ajena, esa sonrisa que nunca entendiste y que yo no creía... aquel sol... muta un poco más, me busca, me persigue, me encuentra y me congela, porque ahora es lluvia.
Aquella tormenta, aquel huracán que agitaba mis adentros, aquel vendaval que estrellaba esas flores, que ni yo sabía que crecían acá, chiquititas, temblorosas flores que fabricaste, en cada rinconcito, de este desierto cerrado... flores ya grises y ásperas, vendaval que hoy es brisa congelada, de lluvias de invierno.
Llueve, inunda y arrastra lejos, mi voz alta y persistente, arrastra y disuelve mis carcajadas que eran tuyas, mis pasiones, hijas de tu vientre... llueve y se lleva mis ánimos, mis voluntades, nacidas de tu boca, mis vuelos lejanos, como sueños de arcoiris, esclavos de tu beso.
Llueve en mis adentros, arrasa en mis pulmones, disuelve en mi escencia que ya no reconozco, inunda en mis entrañas, de agua negra y espantosa... me arrastra acurrucado, miedoso y susurrando... me arrastra lejos, bien lejos, cada vez... más lejos de vós.