Cuando entró al bosque, algunas pequeñas heridas aún sangraban, como de costumbre.
La encontró acurrucada, con la cara entre las manos, aunque no lloraba, ni estaba triste, cuando pudo ver su rostro, distinguió esa melancolía que él conocía bien, porque también la cargaba en su rostro.
Dijo hola, un par de veces en realidad, ella devolvió el saludo, aunque no lo reconoció, se limpió los ojos como cuando era niña, otra vez... sos  vos?  todavía sos  vos? cuando al fin lo reconoció, se paró y lo abrazó, fuerte... muy fuerte.
Había tanto que decir, tanto que preguntar...
Él la besó en la frente, la tomó en sus brazos, tomó impulso, y dejó el bosque lejos, abajo y lejos. A pesar del tiempo y las heridas, él aún recordaba su vuelo, claro, sin ella no se hubiera despegado del suelo, ni un poco.
Cuando el cariño empezó a lastimar, cuando ella sintió frío de nuevo, le pidió que la bajara... llévame de nuevo, tengo miedo.
Él, que ya había empezado a olvidar el desierto y el invierno, la dejó donde la encontró, tomó distancia para mirarla una vez más, se acercó y acarició su alma; ella volvió su rostro entre las manos y se sentó de nuevo. Él la miró, una vez más... y otra... y emprendió su camino otra vez, tomando su costado, que había vuelto a doler...