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Al hombre de la dulce figura.

Y cuando dijo ¡Adiós! entendí cuánta envidia se tienen la vida y la muerte. Una porque no se muere y la otra porque no vive. Y cuando le veo pasar y no me saluda, yo logro hacer que esas dos se reconcilien; cada vez vivo un poco más muerta, más triste y más opaca y en esa espera de la muerte yo vivo para merecer esa estocada final. Pues ¿qué más da si con su despedida ya todo está definido? Soy, después de esto, un alma rota.

Vivir muriendo...

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