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LA MISMA JARRA

“La naturaleza nunca se apresura. Átomo por átomo, poco a poco logra su trabajo”. (Ralph Waldo Emerson)
Se entiende que luego del deceso de un ser querido dejamos caer nuestra alma a punto que pareciera que el suelo es su hábitat natural. En esa etapa se encuentra Hugo. Se rodeo de sinsabores en un ambiente que le parecería normal. Se encontraba solo en todo sentido. No tenía ni una pizca de valor propio ni sentimientos por ningún ser sobre la tierra.
–¡Espero que tenga con que pagar todo lo que lleva tomado!– regañaba entre dientes el cantinero a Hugo, mientras secaba una jarra de cerveza.
–¡Si tengo!– Gritó y dejó caer unos billetes arrugados sobre la barra y se aferró al vaso como quien se aferra a un tronco en pleno mar. El lugar olía a cigarro, humedad y a smog, ya que era un tugurio en un sótano a la calle y su entrada era a la altura de los caños de escape, era un lugar perdido en San Telmo en plena madrugada entre semana. Dos parroquianos dormidos en una mesa y un vendedor de drogas jugaba al villar con un barrendero (a juzgar por su mameluco). Era verano, lo que hacía transpirar hasta lo peces. El asfalto desata su calor y ahí debajo de donde se vive, el calor era uno más. El cantinero tenía un ventilador debajo de la barra con la puerta de la heladera abierta, una suerte de aire acondicionado personalizado.
Hugo pensaba en las distintas formas que pudo haber evitado su tragedia una y otra vez. Repasaba mentalmente el último día que se sintió humano y no encontraba respuestas. Se culpaba a sí mismo por no haber estado cuando Nora tuvo el fatal accidente. Un accidente vial, de esos que son tan fortuitos como el hecho que él se encuentre en ese bar... esa noche.
Cuando dejó de mirar lontananza (que se encontraba en la parte descascarada de la pared) vio que su vaso, que había pedido recién, se encontraba de nuevo vacío. Miró a su costado y una mujer de pelo rojo estaba sentada justo a su lado. La miró fijo unos segundos y ella sólo miraba su propio jarro de cerveza fría.
–Fui yo... acaso... ¿no tiene para otro?– Dijo la muchacha sin mirarlo y soltando una sonrisa de un sólo lado.
El sonrió educadamente y de la misma forma.
—No, no es eso... sólo que por un instante pensé que estaba loco—
–¿Quien no lo está?– Soltó la mujer– Soy Ruth– dijo estirando la mano. A Hugo hacía tiempo que nadie le estiraba la mano. En el entierro de la mujer estaba sólo él y el cura que dijo unas palabras y le faltó decir “que pase el que sigue”. De hecho no recordaba cuando fue la vez que alguien le expresaba algo. La saludó, se presentó y hasta le ofreció otra copa de esa basura que le estaban sirviendo en un vaso, pero la joven le comentó que sólo la había bebido para comenzar una charla amistosa y romper el hielo. No había que ser muy sabio o muy nocturno para saber que la mujer era una prostituta que no trabajaba mucho. A momento de explicar el porqué cada uno se encontraba ahí quemando sus cartuchos, ella comentó que su proxeneta la había dejado en la calle y la había corrido de su zona, así que decidió deambular por ese barrio esa precisa noche. A Hugo no le quedó otra opción que contar el motivo por el cual se estaba dejando caer en la bebida.
Hacían tres días de lo que había sucedido con él y desde hacía esa cantidad de tiempo que pululaba de antro en antro ingiriendo esas porquerías. Un pocillo con maní (después de la cuarta bebida no son tan sospechosos) estaba frente a ellos invitando a ser comidos. Ruth tomó un puñado, dejó salir una exhalación y los comió y acto seguido, Hugo también.
–Ese no es tu verdadero nombre, ni tu verdadera historia– dijo Hugo.
—¿Has visto esa película donde el asesino arma toda una historia con nombres que iba leyendo a su alrededor?—
—Si, “Los sospechosos de siempre”, con el maldito Kevin Spacey que se inventó a ese “Sr.Kobayashi”-
—La misma... yo me cambio el nombre “de guerra” de la misma manera. Lee sobre la cabeza del gorila que está secando el mismo vaso siempre, la botella–
Había una botella a medio empezar o a medio terminar de wisky Rutherford, el que tiene unas vacas en su etiqueta.
Hugo la miró y moviendo la cabeza sonrió....no tanto, pero lo hizo.
—Esa es mi parte....artística por llamarla de alguna manera, soy una actriz/meretriz... puedo ser quien quiero ser. Seguro Ruth debe ser una mujer hebrea, que le encanta la limpieza y prepara knishes en cantidad para llevar los domingo sa comer a casa de tío Jacobo que vive acá cerca en Once–
Hugo se rie nuevamente y vuelve a mirar hacia esa parte descascarada de la pared y su rostro vuelve a ser esa mueca y la vista retorna al vaso casi vacío.
–Oiga cantinero!...una recarga más de esto mismo y para la dama otra cerveza, que de tanta charla se le ha entibiado– Ella asintió con una sonrisa y también volvió su mirada a su porrón de cerveza.
—Micaela me llamo. Nací en un barrio del tercer cordón del cono urbano. Cuando tuve que venir con mi mamá a hacer unos trámites e enamoré de la ciudad y en la primera oportunidad que tuve convencí a un muchacho que me escaparía con él si conseguía un trabajo en la ciudad y así fue que vine. No íbamos a durar mucho tiempo, lo supe siempre. Cuando lo dejé en ese departamentucho entendí que sólo me quedaba mi belleza y juventud para abrirme camino y opté por el más fácil. El resto de la historia se cuenta sola.—
Las prostitutas tienen un punto en común con los futbolistas: ambos tiene pronta fecha de caducidad. A los treinta y pico, si no se hicieron de una base para seguir viviendo de ciertas regalías, un camino inverso los espera. Hugo entendía esto, por tanto entendió porqué su proxeneta la había corrido. Ella, en el fondo también lo sabía.
–Ella también era adepta al cine– comentaba a media voz Hugo, que ya no tenía ningún disfraz.
—Le gustaba comprar el libro de la película que había visto, por tanto el departamento (al que no iba desde hace tres días) parece una librería. Mi esposa leía mucho y no era adepta al orden, así que a veces me despertaba con algún libro pegado al cuerpo. Tenía libros de cocina también. Siempre hacia... más bien intentaba cocinar algo nuevo todos los días. No siempre me gustaba, pero lo comía como si fuese el mejor plato de mi vida, porque tenía amor, su amor. Ese que es eterno.
La amaba mucho porque no tengo ni tuve a nadie en mi vida. Sólo me dediqué a mi trabajo que lo hacía desde casa sentado en una PC.  Para lo único que salíamos  a veces era sólo para ir al cine y a la misma pizzería de Avenida Corrientes donde nos conocimos.  Ahí pasábamos a por algunos libros y de vuelta a casa. Hacíamos el amor, si... hoy en día la gente entiende hacer el amor es tener sexo. Con los años el sexo no es más que eso....sexo... tal vez podría llamarlo como un juego....jugábamos al sexo... teníamos juguetes para ello, pero no era amor, era parte del amor. Hacer el amor es tomar un café en el balcón junto mirando el ventanal, darle un regalo por pequeño que sea, un mate, una caricia... otra cosa es amor...-
–¿Cómo se llamaba ella?– Preguntó la prostituta que no tenía ni nombre ni rumbo.
–Nora... se llamaba Nora– le dijo.
—Te propongo un juego, Hugo... porqué no dejas de beber aquí, pagas esto y nos vamos a dormir a tu departamento...—
—Oye, eres muy amable pero...—
–Espera!– interrumpe la ex Ruth.
—No quiero dinero de tu parte, sólo quiero que termines de resucitar al tercer día igual que Cristo y te vayas a tu apartamento, y la única forma que conozco de asegurarme que un borracho llegue a su casa es sabiéndolo, así que te llevo, duermo contigo... ¡DORMIR!, que yo también estoy cansada y al otro día, al levantarnos vemos si con café de por medio quieres jugar a llamarme Nora o quieres que me vaya.
–Acepto– dijo Hugo luego de observa el cementerio de vasos que yacía en la barra. Dejó otro puñado de billetes sobre la barra y se retiraron bajo el manto de la noche de Baires. El hombre del bar arrojó el puñado de billetes en la caja sin contarlos.
–Mhh....suerte de viudos principiantes... hace diez años que llegué aquí con la misma cara y nunca me preguntaron ni mi nombre – dijo entre dientes y un cigarrillo el barman, mientras secaba la misma jarra de cerveza.

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