Caricamento in corso...

Albertina a Nicolás

No te dije, pero tenías cara de Nicolás, de hombre obstinadamente esquivo, de increíble lucecilla en un campo nocturno con las rodillas dobladas escondiéndonos de los hombres que venían con sus armas, era increíble presenciarte, en medio de todo el miedo, eras luz, delatora, pero aún así, no hacías ningún daño, eras tan inofensivo como un cuchillo con el cabo de madera puesto en la mesa de la cocina de la casa de mi madre, fuiste inofensivo, con tus halagos, con tus balas directas, con ese monstruo tuyo, ahí fui un poco más sensible, no te rías, te deseé corporalmente un buen rato, pero, qué puedo hacer ya con este cuerpo viejo, y ese cuerpo tuyo hecho polvo bajo mis pies, aquí en esta frescura de ultratumba, me pongo a pensar un poco en todas las veces que se nos olvidaba el mundo, éramos (si hubo alguna vez una reunión de nuestros espíritus) como dos galaxias separadas por miles y miles de kilómetros, pero aún así, pasaban trillones de años y nos acompasábamos en un galope que no terminaba de colapsarnos, un día entendí, como dicen esos ingleses “we are done” entonces, mi pequeño Nicolás, nunca estuviste tan cerca como todo el resto de días-tierra, que cayeron sobre mí sin ninguna secuencia, sin ningún aviso, sin ninguna recomendación.

El párrafo anterior no es poesía, no pretendo identificarlo con tal título, es más bien un fragmento de otro domingo.

Piaciuto o affrontato da...
Altre opere di Lillianne Rovier...



Top