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Cleptómana

Era una cleptómana de bellas fruslerías;
robaba por un goce de estética emoción…
Linda facinerosa de cuyas fechorías
jamás supo el severo juzgado de instrucción…
 
La sorprendí una tarde, en un comercio antiguo,
hurtando un caprichoso frasquito de cristal
que tuvo esencias raras… En su mirar ambiguo
relampagueó un oculto destello de ideal…
 
Se hizo mi camarada para cosas secretas
—cosas que sólo saben mujeres y poetas—;
pero llegó a tal punto su indómita afición,
 
que perturbó la calma de mis serenos días…
Era una cleptómana de bellas fruslerías,
¡y, sin embargo, quiso robarme el corazón…!
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