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Sinfonía en verde

Tengo llena de verde la pupila:
verde de campo, de tus ojos, verde
de mar y de esperanza, en el que pinta
rosas de amor tu hermana Primavera…
¿Será mi corazón una esmeralda
bajo la sideral luz de tus ojos?
Sospecho que su dulce maleficio
cae sobre él de igual manera que
sobre un lago la irreal luz de la luna…
Amo todo lo verde porque trae
hasta mi corazón y mi memoria
el recuerdo inefable de tus ojos…!
Amo el limo de los viejos estanques,
y los húmedos muros donde ha puesto
la lluvia un verde terciopelo antiguo.
Y los ojos felinos —las del odio
y el misterio sonámbulas pupilas—
amo también, por la obsidiana húmeda
que desprende vivaz chispa de oro
en el minuto urgente en que se cumple
—lascivo ardor—la gran ley de la vida…!
Verde de los capullos en la flora,
dulce como la infancia… Y agresivo
verdor de cardos que la planta hieren
en la agria soledad de los caminos…
(Causa altísima, oh Dios, que amar me hace
la indignidad discreta de las cosas
cuando ostentan la magia del sereno
calor de sus pupilas adoradas…!)
Desdichado Lorrain, para quien nunca
florecieron los pálidos nelumbios
que en sueños, una vez, vio tembloroso
en los trágicos ojos de Astartea…!
No por su alcohol, ni por su literario
y triste influjo sobre los poetas,
amo el ajenjo turbador, que evoca
el diáfano verdor de tu pupila;
sino por la diabólica quimera
de ver en el ajenjo diluida
la pálida esmeralda de tus ojos…!
Oh, tus ojos de menta, donde esclavo
mi corazón percibe el alimento
de tu fascinadora gracia ingenua!
Y como en una nebulosa —astro
perdido en un sutil polvillo de oro—
marcho hacia el gran laurel, hacia la gloria,
no por ser gloria, sino porque ostenta
el amoroso verde de tus ojos…!
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