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Ex-libris

Necesidad de hacer música mía,
y de arrancarme hojas
en un otoño voluntario! Inmensa
necesidad de ser envuelto en ondas
de músicas que digan el secreto
que callan las palabras, las sinuosas
palabras —oh serpientes, oh caminos!—
que al parecer salen del alma, pero
dentro se quedan y la ahogan.
¿Y mi grito de ayer? Le puse al piano
una sordina espiritual, y ahora
sólo sabe quejarse con sonrisas
que desdeñan la gloria.
Quiero que ahonde el cauce de mi río
una vena potente, y que las ondas
lleven al mar de lo infinito el eco
de lo que nunca será dicho. Flotan
sobre mis aguas mástiles que un día
apuntaron al cielo, en las auroras
advenedizas; ellos no quisieron
herir el cielo, pero sí la pompa,
al corazón y al pensamiento extraña!
—Es la hora —me dicen—es la hora…
¿Es la hora de qué? ¿De qué es la hora?
¿Quién sabe, bajo el sol, cuál es su hora?
Es la hora de estar quietos. ¿Se escucha
alguna voz que nos responda
al llamamiento sin palabras
que dirigimos a las sombras?
He dicho que no soy fuego de pira,
y espero que las últimas escorias
se desparramen en el viento, vuelen
con alas muertas —tristes mariposas
sin vida y sin calor—y se extravíen
por lo infinito, donde están las sombras
queriendo hacerse luz. También he dicho
que soy en mí como es en sí la sombra:
causa de luz y efecto de sí misma.
Ved cómo, siendo sombra, soy aurora!
Resumen: mi ideal bien poco pide:
ser música de mí, música sorda.
Ex– libris del ensueño: un árbol verde
y una paloma.
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