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ELLA (sublime pronombre)

Ella, con su mirada fija, su media sonrisa, sus palabras escasas que apenas insinúan su pensamiento. Ella que deja a mi imaginación tormentosa armar las piezas que me faltan para descifrar su ser enigmático...
Ella, la que va y viene como una niña libre. La que se oculta de mi vista para causarme penas por su ausencia. La cruel del simulacro de abandono, que ya está en casa cuando regreso de buscarla preparando la cena. Ella, la que decide los rituales de la noche y se deja llevar midiendo fuerzas de adversaria, fingiéndose abatida y domeñada para luego adueñarse de mi ser confiado, desprevenido, dejándome cautivo en sus entrañas. Ella, la que después se duerme victoriosa, segura de que no voy a huir de su regazo.
Ella, la que al abrir los ojos funda el día y decide la hora de levantarse, las cosas por hacer. La que administra mi pequeña heredad con eficiencia deslumbrante, la que ha multiplicado mis ganancias y no espera más pago que mi total fidelidad y entrega.
Ella, la que me cuida cuando estoy enfermo o deprimido, con sus mimos puntuales, maternales, de amante...
Ella vino un día con un par de maletas, miró a su alrededor con sus absortos ojos indulgentes y tomó posesión de mi persona y acomodó los muebles a su antojo y arbitrio. Desterró los recuerdos inútiles de mis gavetas; acomodó sus cosas necesarias: frascos con sus polvitos de colores, hierbitas inocentes, conchas de mar, sustancias con olores a lejanías remotas. No le hice más preguntas, no hubo protestas de mi parte cuando tiró lo que no me hacía falta según su juicio infalible. Invadió mis espacios y se lo permití porque la vi radiante, lamparita de arcilla que abatió para siempre las tinieblas de mi ordinaria soledad.

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