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Un guardapelo

¡Oh, tú tocaste su virgíneo pecho!      
¡Tú coronaste su cabeza un día!      
¡Comprimiendo latidos de agonía      
a mi apenado corazón te estrecho!      
 
  Trocada viendo en funerario helecho  
la blanca flor de la esperanza mía,      
¡recuerdo de mis horas de alegría      
cuál te idolatro en lágrimas deshecho!      
 
  Casto beso te imprima el labio ardiente      
y en ti beba las gotas de su llanto,  
bálsamo celestial a mi amargura.      
 
  ¡Queda divino don siempre pendiente      
de mi pecho, morada del quebranto,      
de un amor infelice sepultura!
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