Antonella Magliocco

El Baile de los Espejos

Bajo un cielo de cristal, Jareth se mueve,
su figura danza entre sombras que arden y se mueven.
El aire se tensa, el tiempo se pliega,
y los espejos, como puertas, susurran y juegan.
 
Los pasos son ecos, suaves, insistentes,
como si el mismo viento se volviera serpiente.
En cada giro, el laberinto respira,
y cada reflejo, una mentira gira.
 
“¿Bailas, Sarah?”, pregunta entre risas,
mientras el mundo se deshace en caricias.
Sus ojos, dos estrellas perdidas en mar,
su voz, un canto suave, difícil de escapar.
 
La luz se retuerce, los muros se doblan,
los cristales se quiebran, las sombras se tocan.
El baile es un hechizo, un acto suspendido,
donde todo se olvida, pero nada es perdido.
 
Sarah avanza, sus pies flotan en el aire,
cada movimiento es un deseo que arde.
En el reflejo de los vidrios, ella se pierde,
y el laberinto, en su locura, la envuelve.
 
Pero en su pecho, el fuego de un sueño intacto,
la fuerza del amor, el coraje exacto.
Bajo la mirada de Jareth, que nunca se apaga,
Sarah sigue danzando, sin que nada la embriaga.

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