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Aviso desvariado, a veces cacofónico, pra o supremo inventor Pepe Cáccamo

Pepe
Cáccamo,
             hoy,
esta mañana lluviosamente azul, amparado únicamente por mi paraguas intrínseco, he logrado acercarme a tu juguetería; quiero decir, claro es, a tu juguetería
amorosamente diabólica.
Liminalmente hablando, te aviso: una luz clandestina anda enredando; acaricia
tus objetos terrestres
y la azúmara sonríe.
He reparado luego en la precisión de tus relojes inmóviles, establecidos en una breve, muy breve,
eternidad y
me he inclinado también sobre tus máquinas digitales maderalmente telemáticas y comprobado su
funcionamiento ecuánime, perfecto a los efectos de la imposibilidad. Consecuentemente, he pasado
al estudio de los documentos genitales documentalmente incircuncisos y
calculado con lograda exactitud la percusión alterna de las pequeñas sístoles de tu corazón o del mío, es
indiferente.
En un instante posterior –o anterior, no se sabe; se trata casualmente de un instante instantáneo–,
he comprobado también el calibre de tus herramientas lunáticas. Todo en orden, sí, pero vuelvo a avisarte: tus herramientas van ligeramente oxidadas por la ternura.
                                 [No te preocupes, es irrelevante; esto lo arregla media onza de vinagre senil u otra sustancia a ser posible intravenosa. Ten en cuenta
que para esta emulsión no importa el sexo.
He investigado asimismo las incidencias voltaicas. Hablo amperimetralmente de las bombillas melancólicas en su privación de tungsteno y de sus filamentos fotofílicos; no sé por qué, me pacifican.

He descansado después sobre los silabarios exentos de significado, Poe-ta-stralmente Poe-(´)-ticos y, al parecer, insumisos; dispersos en su origen, finalmente asociados por la caligrafía intestina o por un suave rumor dactilográfico (¡qué perfil las versales, qué pureza!)
y sobre los libros habitados por morfemas simétricos, léxicamente crudos, a veces entreabiertos (los libros, claro, digo) en su página emérita, a veces continentes
de algunos, sólo algunos, objetos invisibles; otros hay industriales, técnicamente
mínimos: llaves, teclas, poliedros, lámparas, ferretería, estambres insurrectos y, aún, en ciertos casos,
abstracciones inversas (clamuras, adverbios, números) y sustancias infusas en frutos o tinieblas; no faltan, principales, individuos coléricos, ni cuencas paginales, ni agujeros volcánicos.
He descansado igualmente en los dados incisos por fonemas unánimes, unos y otros por tanto, morfemas y fonemas, ciertamente preclaros en su vaciedad sintáctica. Echo de menos, sí, –todo hay que decirlo– los caracteres góticos en sucesión empírica.
Me he levantado con cierta
dificultad (artrítico) de mi sillón inexistente, construido hace tiempo, dicen, en palisandro intangible,
y me he acercado sigiloso a tus altas
arquitecturas –éstas sí, fugazmente amarillas–, varias de ellas, desdichadamente, ya corroídas por la luz,
y me ha sorprendido, no siempre, su erección indebida, y también la inocencia de ciertos ciudadanos
a su vez desdichados, estatutariamente libres, sin embargo, al parecer, entre dos
inexistencias.
Hube de restablecerme aspirando el perfume de las orquídeas electrificadas y
reparar mi conducta multiplicándola por números silvestres hasta alcanzar la equis, es decir, la magnitud oculta en las ecuaciones cuánticas, de manera y modo que me fuese dado
medir pulsátilmente la pulsación icónica
de varias, numerosas, doradas
amputaciones musculares.
                                     Finalmente,
he decidido sonreír yo también un instante; un diminuto instante
muy velozmente congelado
en un siempre; es decir, en un siempre accidental, extrapolado y,
si posible es, excedente
de desahucios y lágrimas, y, en todo caso,
de los accionariados preferentes.
Más finalmente aún, epilogalmente
por tanto, he decidido también templar la gaita
y empinar el roncón indefinidamente (¡ay del caimán, del caimán amarillo!) ante el rostro infeccioso
del caníbal mayor condecorado.

En fin, como te digo, posteriormente hablando,
gracias te doy, moitas gracias,
por tu locura construida y
por tus asuntos diabólicos.
Con gratitude confinal, ya sabes,
epilogalmente, sonríe
tu ya viejo, muy viejo, lonxevamente vellísimo,
colega funeral. Al fin, sonríe,
firma ilegible y rubrica.
                                Saúde,
saúde infinitiva e que se fodan os pretéritos,
irmán incombustibel, leviatán benquerido, ti,
Pepe
Cáccamo.

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