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Tempestad

Pretender, y un matiz convaleciente
no sabe de interrogaciones que puedan atreverse
a preguntar, por la causa de los candados
que deshice entre la espesura, y por qué
más tarde, los enrosqué. Pretender, en clave,
acertar un jeroglífico de última página,
sin solución, con el remiendo del esparadrapo
en la llave, que abre, las pretensiones
y los acertijos para héroes del pimentón,
que las distancias no se salvan en la persecución
de metros y metros. Yo me tiro al océano, ahogándome
en suplicios de mareas y lunas, déjame
esa botella, seguro que alguien viene a hundirme más
o me traga una ballena.
 
Voraz, voraz, el columpio que dispara sus credenciales
al ramillete de esa señorita, que se pasea vomitando
por el bosque de alimañas pendencieras, cualquier desmán]
y acabarás en la choza de alguna bruja,
revolcada, princesa, en una caldera.
 
Y abrir un hueco es de famélicos, las paredes
no están para colgar marcos con fotos
de vagabundos. Mientras te regocijas date la vuelta,
y si encuentras una cadena me la das,
para que no se me escapen las sombras del atardecer,
pueda tenerlas bien sujetas con cadenas, correas,
cuerdas, que no escape la pretensión,
la huída, a las ciénagas donde me ensuciaría
de humillación y silencio, de palabras
y requiebros. Galante, tan galante la histeria
de las alturas, que sobrevolar otra cumbre
me parece oscuro y remendado, demasiado obsceno
para declararme, ¡estoy en quiebra!,
demasiado, para fundirme con la cabeza,
me quedo en retaguardia guardando los fusiles
de reserva y los cañones estropeados.
Yo no entro en batallas de pretender, pretender
lo dejo para los espabilados y los reyes,
que a los escarabajos nos aplastan, debajo
de una suela nos hacen sitio, y desde esa pisada
alrededor, todo es verdad, todo cobra
una desmesurada y cristalina certeza humeante.
¡Oh!, viscosidad y diamante
como retumbáis, en la tempestad.
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