La putrefacción de la mira
de dos amantes,
que al solo verse
saben el daño que se harán.
Esa mirada
que ni el viento ni mil océanos
podrán quitarse,
esa sensación en la boca
que hace sentir que,
aunque nada de lo que está pasando es bueno,
solo lo quieres.
Esa mirada
en donde sabes que todo,
lastimosamente,
va a salir mal.
Y que además de eso,
los dos van a querer más.
Porque lo malo es costumbre
cuando nunca probamos lo bueno.
Y esos momentos,
cuando todo sea llanto,
dolor y sufrimiento,
es donde más amor va a nacer.
Donde la necesidad
hace una jugarreta
con la falta de cariño propio
y te obliga a arrastrarte de nuevo
a ese hogar
en donde no hay paz,
donde no hay amor,
donde no hay nada,
pero está algo.
Ese algo es el apego.
El apego hacia algo
que sabes que te dejará,
y así lo hará,
ya que el que no saber amar
siempre actúa igual.
Y llegará un momento
en donde solo se cerrarán los ojos
y, aunque no sea el mejor momento,
todo se acabará.
Lastimosamente,
todo se acabará.