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"Carilo"

(Paráfrasis de Virgilio)

Este sendero nuevo
Concede, o Aretusa, á mis trabajos:
ya a otros cantos me atrevo;
mis versos no son bajos,
Si tú los favoreces, y el oído
         De Carilo querido
Acaso agradar pueden toscos sones
Que revelen sus negras aflicciones,
 
Y si de aquella Laura,
Que causa sus tormentos, son leídos
Bálsamo que restaura
Los vigores perdidos,
Por ventura será, su pecho blando
 
         De feroce tornando.
¿Y quién, si lograr puede tal contento,
no prestará a Carilo un corto acento?
Así, ¡oh ninfa preciada!
Resbalando tus ondas argentinas
por la ribera amada,
Tus aguas cristalinas
Doris no amargue en mezcla codiciosa
          Si vienes amorosa
A cantar de Carilo otros amores,
sus ansias y cruelísimos dolores.
Cántalos por mi boca,
mientras salta el cabrito en la pradera
o que corta en la roca
La tierna enredadera
 
No temas que tu voz vague y se pierda:
La selva la recuerda
La escucha la Deidad que allí se esconde
y por medio del eco te responde.
Náyades adorables,
¿Qué valles, qué collados os tuvieron
Mil quejas lamentables
A vosotros no fueron?
¿No sabéis que Carilo aprisionado
          De un amor malhadado,
Gime, llora, infeliz! se desespera,
y a impulso del dolor fuerza es que muera.
Nada os detuvo, nada;
Ni del Parnáseo monte la eminente
cumbre, ni derramada
De Aganipe la fuente,
Que en todo suspendió naturaleza
           Su curso y ligereza,
Y al pesar de Carilo fueron fieles,
y le lloraran mirtos y laureles
El ménalo ceñido
De pinos la alta frente, la lloraba
Al verlo sin sentido
Bajo la roca brava,
y los peñascos duros del Liceo,
          De él puso su trofeo,
Sus eternales hielos quebrantaron
y con aquellas lágrimas lloraron.
Las simples ovejillas
Están a su alrededor mustias, calladas:
Sus caricias sencillas
Por tí sean celebradas.
No las desprecies, no, que allá en el Ida
         Adonis de ella cuida,
y a los cercanos ríos la conduce
y a Venus su hermosura la seduce
Vinieron los pastores
y los vaqueros ¡ay! también vinieron
su cuerpo entre las flores
y entre las piedras vieron.
Vino el rojo Menalca: allí se juntan,
           Se admiran y preguntan;
¿Qué amor es este; oh Dios! ó qué dolencia
que así al hombre reduce a la demencia?
Apolo ya se acerca,
Apolo que sus dulces versos ama;
¿Qué locura te cerca,
¡Oh! mi Carilo? exclama
¿No vez que ya tu Laura, que esa ingrata
           Que fiera te maltrata,
Quizá tras nuevo amor corre ardorosa
Por otra selva oscura y mas fragosa?
 
El calla, mas Silvano,
Penetrando del bosque la aspereza,
Acude y con la mano
Agita con rudeza
Los enlazados lirios y espadaños:
De cien flores estrañas
cubre la hojosa frente una corona
que autoriza y adorna su persona.
Engalanado el rostro
con purpúreo carmín, de Arcadia vino
aquel Dios semi—mostro
que el pacífico sino
De los pastores inocentes rige:
nunca el dolor le aflije,
sano y felix sus días se deslizan;
mas tus penas, Caril, lo martirizan.
 
¿Y ese llanto abundosos
Nunca, dice, tendrá rematamiento?
El amor orgulloso
No atiende a ese tormento
No, cual jamás se sacia de agua el río,
ni el campo de roció,
Así al amor las lágrimas no bastan,
ni los años que en ellas se malgastan
Carilo entonces triste
sacó la voz doliente y así dijo:
El efecto que viste
De este dolor prolijo
mis gritos lastimeros, mis dislates,
contad, arcades vates,
vosotros a quien baja en noche umbría
De los celestes coros la armonía
Cantad mi triste muerte:
 
Dad esa paz a mis cansados huesos:
Mi desgraciada suerte,
mis llorosos escesos
Module vuestra planta en su dulzura:
sobre mi sepultura
vuestros acordes cantos seductores
atraigan a cantar los ruiseñores
¡Ah! ojalá que uno de vosotros yo fuera, ganaderos;
O los que de Vertuno
Los racimos primeros
cortan alegres con la hoz cantando!
Fuera el pecho humanado
A mis tiernas querellas Amarilis
o la morena y ardorosa Filis
¿Que importa que morena
Del sol el rayo abrasador la vuelva?
De gracias mil la llena:
Por ella de la selva
El silencio interrumpen los suspiros,
y en ingeniosos giros
La comparan galantes los poetas
con los negros jacintos y violetas
sin ella mis amores
Los suaves acentos escucharan,
Desusados rigores
conmigo no emplearan;
mas movidas al llanto de mis ojos,
una claveles rojo
Trajera para mí en la blanca falda
y de rosas la otra una guirnalda.
Y sus voces uniendo
me cantaran acordes melodías
Su fuego refiriendo,
Loando glorias mías;
Pero ¡Ay! en vano de mi pecho quiero
En sueño lisonjero
La imágen arrancar de aquella ingrata
Que me abandona y pérdida me mata.
Laura, Laura, divina,
vuelve a tu amante firme y desdichado,
Aquí la cristalina
Fuente y el verde prado
y los espesos bosques nos convidan
A placeres que midan.
Por sus goces los años que vivamos
y en brazos uno de otro nos durmamos
Mas el amor tirano
De tus crudos rigores en venganza,
De marte el hierro insano
y la pasada lanza
me hace blandir en medio al enemigo,
Pudiendo ya contigo
Mis días tejer de fúlgidos matices.
pudiendo entrambos juntos ser felices
Tu, de la patria lejos,
(Ojalá que créelo no pudiera!)
Los estivos reflejos
Del sol de Libia fiera
Sufres o de los Alpes nieve fría,
Y mi memoria ¡impía!
Ha parecido tanto allá en su pecho
Que sola vas a peligroso estrecho.
Quieran los altos cielos
Que fuerzas tengas que el calor soporten,
o que los duros hielos
Las plantas no te corten,
Que aunque tú con mis males te complaces
y mayores los haces,
Desearte no puedo un daño breve,
Porque ese daño contra mí se mueve
Yo partiré distante,
aquellos caros versos que leíste
de tu olvidado amante,
mi voz fúnebre y triste
cantáralos llorando a los pastores;
Feliz si mis dolores
Eco en los montes y en las fieras hallan,
Sin ellas también sin compasión no callan.
De una oscura caverna
quiero elegir el centro pavoroso,
donde mi perna eterna
Endeche sin reposo;
Escribiendo, en los árboles enhiestos
mis amores funestos,
porque siempre a los ojos los ofrezcan
y al par de ellos mis amores crezcan
O acaso arrebatado
Por un furor y movimiento estraño,
Del ciervo intimidado,
Del jabalí huraño
El rastro seguiré por lo jarales,
mientras que mis leales
Perros el monte, el valle y los oteros
generosos circundan y ligeros.
No importa que la nieve
cubra blanqueando la elevada cumbre,
ni menos que la lleve
del sol la ardiente lumbre;
yo me lanzo atrevido por las breñas,
subo a las altas peñas,
y de allí el arco vigoroso estiendo
y con mis flechas el espacio hiendo
tal vez esta fatiga,
Este riesgoso ardor, estos sudores,
De mi suerte enemiga
Desarmen los furores:
Un Dios tal vez movido de mis penas,
De estas rudas faenas
Saque el remedio que mi herida pide
y este siniestro amor haga que olvide
Mas, ay! yo no lo aguardo:
Ya las bellas Driádes no me placen,
ni á la llama en que ardo
Los versos satisfacen
Selvas, adiós! adiós montañas frías!,
mis pobres armonías
no mas resonarán en la espesura.
Voy a morir; mi mal no tiene cura
Aunque errante y perdido
Vague al márgen de los rios estrangeros.
O ya mas recogido
conduzca mis corderos,
o recorra las calles bulliciosas
De villas populosas;
Es en vano, que amor nada respeta
Todo lo vence, esclavo me sujeta.
Esto dijo Carilo:
mi canto cese, Piérides amables;
De su discurso el hilo
mis voces amigables
Han seguido, tejiendo un canastillo
Verso menos sencillo
De Carilo se ocupe: hora a vos toca
Qué, o musas, lo cantéis por vuestra boca
vámonos, que la noche
dañosa a los que cantan en estremo,
Rueda el oscuro coche:
Su densa sombra temo
De este árbol al abrigo que disfrute:
Si mata al nuevo fruto
no la toméis, cabritas; id aprisa,
que ya el astro Venus se divisa

(1857)

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