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Como sería no sentir nada.

Hace mucho que no es ahí, pero qué bien abraza.
Qué bien sabe colocar sus labios en tus heridas para besarlas y que te olvides de que están ahí; qué bonito es algunos días, tal vez por eso puedes aguantar los que no. Tal vez te quedas porque el fantasma que vive en los ojos con los que despiertas cada mañana lo vale, incluso si el hombre que habita en ellos ya no es quien fue: y ya nunca lo será.
Y te acurrucas en el pasado y lo llamas presente. Y le pones una máscara y lo llamas “mi amor”. Lo excusas ante tus amigos y ante el espejo, porque es que “nadie lo entiende”. Tú tampoco, pero te quieres convencer de que sí. Hace meses, o años, o mucho tiempo, que vives con la duda de qué sientes, pero le tienes más miedo a dejar de sentirlo a tu lado. A veces el sentimiento rasguña, a veces desgarra, pero crees que es normal, que se aguanta, que no se está tan mal.
Crees que todavía puedes.
Hace mucho que no es ahí, pero qué bien abrasa.
Es el fuego que necesitas, es la llama que te enciende incluso si es para hacerte arder mientras se para a observar cómo te consumes. A ti te enseñaron que el amor dolía y por eso no te inmutas cuando en el pechos se te atraviesa una estaca y puedes ver quién la porta. No hay tal vez peor sentimiento que alguien que te besa con los mismos labios con los que te miente.
“Peor sería no sentir nada”, te dices.
Peor es todo esto, cariño.
Porque si hace mucho que no es ahí, siempre puedes encontrar otros horizontes, otras hogueras, otros labios que sepan decir verdades en lugar de mentiras a medias.

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