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12-01-2020

Una vez regalé una hamaca, imagínate lo que fue para mí, una costeña con raíces sabaneras, nacida y criada en casa con patio de tierra y grande, con palos de mango y guayaba donde una hamaca siempre colgaba.
¿Entiendes lo que eso era?

No solo un simple chinchorro tejido para dormir. Era la tranquilidad de mi madre cuando de bebé solo ahí descansaba, el caballo de mis primos, la nave donde yo volaba. Nos servía de cama, de silla y de mesa. Antes del control; la hamaca, nuestro símbolo de poder, ¡el primero que la agarraba la ganaba!

Ella carga los deseos que yo cargo, la empujó la ternura de mis brazos, y la paciencia de mi amor, mi entrega, mis sueños, los llantos calmados de mi hijo, los recuerdos que aún me duelen en la espalda, y la nostalgia que aún me pica en la piel como cientos de mosquitos me picaban a través de ella.

Un día regalé una hamaca y no encontró sitio para ser colgada. No hubo cama improvisada, ni bebes calmados, no fue caballo o nave de nadie, no hubo juegos, no hubo risas, no necesitó brazos que la empujaran y nadie exclamó; ¡esto es vida! Mientras se hamacaba en ella... nadie se vino, ni acabo sobre ella.

¿Entiendes el desamor de regalar una hamaca que nunca sirvió pa’ nada?

Preferido o celebrado por...
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