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Uno que otro Deja VÚ

Dedicado a mi otro yo

Abrió su botella de Jack Daniels, Frank Sinatra
y luego de beberse un largo trago dijo:
“This is a gentleman’s drink”
así que yo muy alegre me serví un trago inmenso
uno muy gigante que rebosaba del vaso;
y Sinatra recalcó:
“You’re a motherfuckin poet, take more”
le di una gran palmada
y amanecimos viendo en un ventanal de New Jersey
cómo se incendiaban los dólares que Lucky Luciano
le había dejado de almohada.
Nancy B. cerró la puerta del balcón
y tiempo después no supe de mí
ni de Frank
en 1949.
 
Algo parecido me sucedió en Kiev
desde donde creí escuchar bombarderos submarinos
y hasta oler las más ásperas ojivas nucleares
pero mucho aliño en el Vodka;
y eso me hizo despertar torpe
en no sé qué país de cuál lugar
volador no identificado.
 
Así que decidí mantenerme despierto,
alejado del trago,
para concentrarme en mis territorios interiores;
sin embargo vino a mí
esa sensación peruana de cuando en Tucumán
“Florencio Vampiro”
bajaba unas gradas, cuchilla en mano
y desde lejos hacía señas de loco
o como de algo macabro.
En pleno siglo veinte
le perseguí con un sacapuntas para herirlo,
adentrándome en una cueva hedionda
porque su mirada “busca sangre” era peligrosa.
Caí en zigzag
por un barranco
quizá sin fin
y me enterré el sacapuntas
en ese lugar también peligroso
del que no puedo mencionar.
 
Me levanté del lugar desbarrancado
y sin darme cuenta
rodé hasta Bombay,
y de paso era un paria iluminado muy molesto,
hablaba 200 lenguas para insultar mejor,
y escondía el poco dinero indio que robaba
en Chhatrapati Shivaji,
las serpientes danzaban para mí
mientras lavaba letrinas
para ensalzar a mis otros colegas parias
aunque mis uñas medían 1,20 metros sagrados
buscada parecer un gran fakir.
 
Mis recorridos geográficos temporales
me llevaron a 630 kilómetros al sur de Alaska
donde viví entre los osos blancos,
con lunares peli-rojos
—unos osos muy raros la verdad—,
que me tomaron por esclavo sexual
en 1823,
y como no era ilegal en esa época
hacerles cosas malas,
les eché fuego a todos mientras dormían
y los dejé a los hormigas
como bocado ahumado
para calmarles la furia ancestral.
 
Mi psíquico viaje extra tiempo-espacio
finalmente terminó muy bien
en el Mouling Rouge con la linda Satine,
quien peleó a navajazos con Lautrec
y a pesar de la sífilis parisina desatada,
prefirió irse a vivir conmigo
en una bañera en 1907
hasta las orillas del río Sena
donde en mi último Deja Vú,
aparecieron un pseudo-emperador prusiano
junto a cuatro mil hombres encabezados por Gulliver
y Huckleberry Finn zombie
y al hundir el botón “escape from the place”
todo desapareció
para salvarme del “mal karma”;
y entonces
heme aquí hablando de mis Deja Vú
con “mis ustedes imaginarios”.
 
Ya no se puede confiar en casi nadie
¿verdad?
 
 
 
 
Ender Rodríguez.

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