Chargement...

TIO ALBERTO.

De Aruba a Estambul o Kiev.

 
 
“...Camina entre el bien y el mal
con la cadencia de su vals...
Cató de todos los vinos...
Atracó de puerto y puerto...
Entre la ruina y la riqueza,
entre mentiras y promesas,
aún sabe sonreír tío Alberto...
Con Vivaldi y el flamenco
tiene de un niño la ternura
y de un poeta la locura
y aún cree en el amor, tío Alberto”.
 
Joan Manuel Serrat.
 
 
 
 
Hasta acá me trajo el río
me dije
tras un sueño
en medio del desierto,
luego llevé mi mano al bolsillo
buscando ese billete egipcio escrito por alguien
y aquellas monedas griegas
que de niño me regaló
Tío Alberto
mientras sonreía.
 
El hermano de Mamá,
fue el hombre que estudió diplomacia
para evitar que las guerras frías y calientes
acabaran con todo;
ese fue uno de los tantos hermanos de Mamá
y cuando venía a casa
nos hacía imaginar camellos y mirra,
osos polares y hasta leones en Roma,
mares y cuevas y bestias como dragones.
 
Yo apenas tenía mis pequeñas manos
donde creía ver continentes imaginarios,
y el techo de casa quien me enseñó
a volar con la mente.
 
Tío Alberto nos hablaba sobre Kuwait,
sobre lugares donde la gente
hablaba lenguas extrañas
y comía alimentos raros
para la gente de montaña
que éramos nosotros,
en este trozo de Andes
que amamos.
 
La neblina se topa con mi alma
y las auyamas de los indios
nos hablan del origen
Timote nuestro.
 
Tío Alberto
era un chico que jugaba a la pelota
y hacía travesuras como todos,
pero a sus seis murió su Mamá Mercedes,
que era mi abuela y no conocí.
 
Mercedes era pintora y decoradora y maestra
y hablaba con las ánimas
para pedir por nosotros.
 
Abuela navegaba un tapir
mientras Abuelo olía a tizne
de miel de alacrán
y era Mago y me amaba.
 
Tío Alberto un día
se fue a Trinidad y Tobago
a mejorar su inglés,
y en un accidente automovilístico
perdió uno de sus ojos;
y ahora posee allí en cambio
una suerte de diamante
que refleja parte de su alma.
 
Yo no sé qué es perder un ojo y a una Madre
cuando se es niño,
yo sólo he perdido mil fianzas y gente amada
mientras juego al escondido
entre las dudas de la vida;
pero sé reír
como idiota
y eso me salva del Parca
y su señuelo.
 
Paseando tío por Siria
en medio de las plazas era común
ver a algún ahorcado
expuesto hasta mediodía,
como quien saca a asolear la ropa
o a los cerdos ante las flores.
 
En Damasco creo que a Tío Alberto
le visitó Jesucristo
como en la historia de San Pablo
y en el Champ Palace
se hizo amigo de músicos del Paraguay,
una española y en venezolano bebían,
mientras tío trataba de charlar en Árabe
entre los aldeanos que
tomaban rituales de sol
para dar vueltas
tras las pirámides.
 
Escuchar a tío hablar sobre su amigo Akaad
o sobre las cosas y entuertos de la existencia,
me resulta un laberinto,
un telón de evanescencia,
una maroma divertida al borde del camino.
 
Las cosas que pasan a veces son sublimes
o macabras como el vientre de un misil
en el ojo del maremoto
del poeta Sabina.
 
No sé si tío conoció Chernobyl
o el polvo de estrellas de Amsterdan;
de repente montaría las naves francesas que viajan
hacia el Sur del Sur
en las galaxias del olvido,
no lo sabré.
 
En el 82 tío viajó de Aruba hasta Austria
y allí se estacionó un tiempo
en ese jardín donde los valses,
los castillos y los trenes de la infancia azul
van y vienen.
 
Los palacios Schombrung y Belvedere
hablaron con tío
y le contaron sobre sus vidas,
Varsovia le brindó algarabía,
óperas, cansancios y bosques de hadas;
en fin, tío se retrataba
frente a miles de ciudades,
idiomas y almibares junto a
Quijotes y Sanchos Panza.
 
Todo ello bien vale la pena
para no cortarse de un tajo las venas,
es vanaglorioso
verse respirar en la niebla o el hielo,
en la lava o desierto,
en la angustia o el gozo.
 
En la ex URSS
logró encontrar algo de pollo
para comer,
y logró saber además
sobre cuánto costaba soñar
con Julietas y Romeos muertos
en el rojo poder.
 
Una vez tío Alberto me regaló unos dólares
para exponer arte en Bruselas,
otra vez fuimos a almorzar en un teatro,
y viajamos hacia el umbral de las memorias
charlando sobre Abuelo y Abuela.
 
No puedo quejarme de la vida,
he tenido excelentes tíos,
vidas andantes y almas igual.
 
La fantasía viaja en ascensores
y las jaurías me son decentes
y hasta los psiquiatras lo son,
gracias a otro tío
salí de la recluta militar ileso,
nunca fui a la cárcel ni he matado a nadie,
y no me han matado todavía
que yo recuerde.
 
Algún día le preguntaré a tío
cómo es no saber hablar árabe
para pedir asilo,
comida picante y extrafina
o para escapar de lo inaudito.
 
En algún Mar
de un monte Vesúbio quizás
esperaré a tío Alberto,
a quien nombrarán “extranjero”
para visitar huracanes surreales
o para elevarnos en la Rosa de los Vientos
bajo un Big Bang
de albatros y caña.
 
Los exilios, los huracanes molestos,
y las embajadas amarillas,
espero no persigan a tío
a ninguna parte;
y que su casa sea la tierra toda
al igual que lo anhelo
para mí.
 
Allí te espero tío.
 
 
 
 
 
 
Ender Rodríguez.

Autres oeuvres par Ender Rodriguez...



Top