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El poeta

En la sala de mi casa dormitan varios muebles.  
También hay muchos besos y palabras untados en los
muros.
Hay una vieja lámpara, que carraspea resplandores,
y se pone a hablar del día a las altas horas del poema.  
En mi sala, los retratos familiares
ponen aquí y allá sobre el bargueño,
las repisas y los taburetes,
toda una galería de cromosomas
ensartados por un aire de familia.
Y lo diré también: mi sala está amueblada
por mi propio desorden.
Tiene sillas libreros: sillas en donde Góngora  
duerme sobre Sor Juana a pierna suelta.
Y en que Marx alza en hombros a Bakunin.
Una mesa en que mi angustia
busca, con su pesada sien, en la madera
un urgente regazo.
Un piano compasivo que me toma
de los dedos, que toca
alguna breve y extraña melodía
sobre mis uñas, y me lleva
a las noches en los jardines de mí mismo.
En mi sala hay tantas cosas.
Pero lo decisivo es el teléfono.  
Oh nido de palomas mensajeras.  
Almacén de los espacios.
Aeroplano doméstico.
Pista de aterrizaje del aliento.
Juguete de los niños que sienten cosquilleos
de saltar a ser Dios.
Arriesgo, con el teléfono
mis primeros pasos de ubicuidad.
Mi sala está habitada, de pronto, por un timbre.  
Corno si se encendiera una bombilla
dentro de cada sueño,
vuelve toda mi sala a sus cabales.  56
El cuarto, electrizado,
se convierte en ademán imperativo  
de mi presencia rápida.
¿Qué se oye? Es la sirena
de un pequeño vapor que está arribando  
al puerto de mi mar de incertidumbres,
o acaso una ambulancia, un carro enfermo,  
cáncer en estampida,
que aúlla adolorido
por las calles de Dios o por las calles,  
seamos más exactos, de la nada...
El monstruo, en fin, de la sorpresa  
que quién sabe por qué pudo enterarse  
del número que tiene,
caja fuerte del alma, mi teléfono.
La campanilla de larga distancia es intermitente,  
distinta, inconfundible,
como un grillo irritado, tartamudo.  
Salva montañas. ríos, continentes.
Recorre el mapamundi en menos del cantar  
de un parpadeo.
Hace jíbaros de agua,
al convertir en charcos los océanos,
el mural espumoso en miniatura
donde sólo un gusano de burbujas
aletea.
En veces, en mi teléfono,
suena un timbre de infinita distancia.
No trae la llamada de una alcoba citadina.  
Ni tampoco de alguna provinciana
con el acento de su propia lejanía.  
No me arroja tampoco
una parte de Europa hacia mi sala.  
Viene del infinito.
Y se anuncia con un timbre singular,  
como si le diera
luz verde a alguna ráfaga inaudita  
de sonidos armónicos. 57
Cuando suena el timbre de infinita distancia,  
levanto el audífono
y alguien o algo me dicta estos poemas.  
Oh musa telefónica.
Yo traigo mi papel y ruego que no cuelguen.
Y así por intermedio del teléfono,  
de su timbre de infinita distancia,
de este juguete, en fin, de ubicuidad,  
deletreo un poema, ya se sabe,
que es de nunca acabar, de nunca serlo.  
Pero a veces me ocurre
que salto hacia el teléfono
con hambre de metáforas y una extraña  
sensación de vacío de infinito en el estómago  
y tan sólo puedo comunicarme con mí mismo  
porque ni suena el timbre de otro mundo
ni quiere el infinito darme línea.

(2008)

#EscritoresMexicanos El De me pertenece poco tiempo un

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