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Terceto

Entrechocamos, tras de la fiesta, las perversiones de nuestro vino.
Somos tres pieles en torbellino de conjeturas, mientras la orquesta
se va al crescendo, sin dudas, presta. Damos, de golpe, por un camino
tortuoso y dulce, con el dañino jardín abierto de la propuesta.
 
Tropel de carne, fue la respuesta. También las curvas del femenino
cuerpo acostado –blancura en lino– sobre la cama limpia y honesta.
Nuestro deseo –la suma y resta de los impulsos, el repentino
trueque de roces– es asesino de algún portazo, culpa y protesta.
 
Entre los cuerpos se oye el jadeo: se oye la música de Cupido.
El lecho gime, y es el oído testigo atento del apogeo
del ente triple y de su himeneo, con las delicias de lo prohibido.
 
Son tres audacias que se alimentan, se excitan, braman enardecidas.
Tres calaveras piernitendidas que en su envoltura carnal inventan
un pasaporte con el que intentan mezclar sus fugas con sus venidas.

(1999)

#EscritoresMexicanos De de exigencias las violante

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