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Oda IV

Antes que llegues con tus años, Lida,
a la vejez cansada,
¡ay! no le ofrezcas al desdén posada,
que es basilisco del que más le anida;
sino, mucho amorosa,
labra en mi celo, cogerás tu rosa.
 
La purpurada Venus y el hijuelo
io que siempre la acompaña,
o salen en Abril a la campaña
o del Mayo en la flor pisan el suelo,
ya con alegres danzas
brindando a tu verdor con mil mudanzas.
 
No pienses que el Otoño, cuando apenas
el campo se asegura,
visitan de los bosques la espesura,
ni las montañas, otro tiempo amenas;
que entonces, dulce Lida,
la más lozana más está encogida.
 
Tú esperas de la Cinara el empleo,
que se arrugó doncella;
Cinara digo, la que un tiempo bella
veneno al alma fue, taza al deseo.
Mas ¡ay! que ya su queja
llora el pasado error al verse vieja.
 
Yo la vi un tiempo coronar la frente
de resplandor dorado
y entre las brasas del carmín rosado
vibrar la juventud su llama ardiente,
que pudiera en los bronces
cuajar cenizas su viveza entonces.
 
¡Cuán bella estaba al extender el paso!
¡Con cuánto señorío
del tierno joven cautivaba el brío!
Mas adornóse de desdén escaso,
que imitaba sin arte
de Amor el plomo, el mármol de Anaxarte.
 
Pero ya arrepentida, y más corrida
de lo que su edad pide,
mis verdes años con sus canas mide,
y al no torcellos llora arrepentida;
que la que vieja adora
con más ventajas se enternece y llora.
 
Por cuanto no querrás verte a deshora
cautiva de estos daños,
después que á un tiempo los purpúreos años
se hayan volado con la blanca aurora,
y entre fuego y ceniza
haga el amor en tu vejez la riza.
 
Deja por Dios, y por tus ojos deja,
de ser menos esquiva,
y en tanto que la edad briosa priva,
halle cabida en tu elección mi queja;
que la Venus temprana
ni el alma afrenta, ni el honor profana.

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